Hadewijch de Amberes o Hadewijch de Brabante (Ducado de Brabante, siglo XIII – ibídem, Siglo XIII o Siglo XIV) fue una poetisa y escritora mística cristiana perteneciente al movimiento de las beguinas.
A pesar de que las investigaciones sobre ella se han multiplicado en los últimos años, poco sabemos de la vida de esta mujer y escasos son los datos que nos ofrecen sus escritos: Visiones, Cartas y Poemas. Sólo tenemos estos datos ciertos: su nombre, su lugar de nacimiento (Antwerpia), y el título de bienaventurada, atribuido con frecuencia a las beguinas. Su actividad literaria parece haberse desarrollado entre los años 1220 y 1240. En sus Cartas y en algunos de los Poemas aparece como «maestra» de un grupo no organizado de mujeres, amigas muy queridas, de las que se ve obligada a separarse, perseguida y amenazada con el destierro y la prisión. Todavía en el siglo XIV circulaban sus escritos, aunque pronto cayera en el olvido. Predecesora de Eckhart y de la mística renana, se puede decir que en su obra se encuentran y dialogan las dos grandes tendencias de la mística: la llamada «mística nupcial» y la «mística de la esencia».
Hadewijch es considerada la primera gran escritora en lengua flamenca y reconocida como una de las mejores poetas en esta lengua; con ella el neerlandés accede por vez primera al nivel literario.
II
Mil signos muestran
—los pájaros, las flores, los campos y los días—
que sobre el invierno y sus penas
pronto festejarán la victoria.
Las caricias del verano
prometen cercanas alegrías,
mientras yo sufro golpes tan fuertes.
Estaría igual de contenta
si Amor me diera la dicha,
pues jamás me tuvo en su gracia.
Pero ¿qué le hice a la dicha
para que día tras día su hostilidad me muestre,
para que el destino me oprima
más que a nadie
y deje mi fe sin recompensa
o me sonría, a lo más, un instante fugaz?
¡Ah! sin duda es culpa mía:
debo abandonarme, y por los caminos
vagar sola a merced del libre Amor.
Si pudiera fiarme al Amor
recobraría la paz y el sosiego
¡si al menos estuviera segura
y supiera que mide los sufrimientos
y contempla las penas
que tan fielmente soporto por El…!
No sería demasiado pronto, creo:
mi escudo está tan golpeado
que no hay lugar para otra herida.
Quien de buen grado llevara estas desgracias,
tendría aquello de que mi alma carece:
sufrir sin amargura
pérdidas, daños, corazones hostiles,
y en la prueba, por dura que fuere, encontrar
la fortuna más alta.
Quien así haya vivido
conoció la sabiduría verdadera,
de la que yo carezco.
Dos veces poderoso, Amor nos da
sucesivamente consuelos y heridas.
Tan pronto golpea como cura:
¿cómo ponerse a resguardo de tanta inconstancia?
Uno arriesga sin queja cuanto tiene
y Amor no le revela sus secretos;
al otro le da, si le place,
los dulces besos de su boca;
y a otro, si quiere, lo condena al destierro.
¡Ay! ¿quién librará de su pena
a aquel a quien Amor condenó al destierro?
¡El mismo Amor! Que el alma se defienda
y le haga frente sin temor,
teniendo por igual
el gozo y el dolor que otorga.
Que sin diferencia acoja sus dones
y conocerá las maravillas del Amor
y el júbilo más puro.
Después de la tempestad, viene el buen tiempo,
así lo constatamos a menudo;
cólera una noche, el día siguiente paz:
así se hace fuerte el amor.
A quien Amor en ese crisol fortalece,
tan audaz las penas le vuelven
que lanza por fin su reto: ¡Soy todo vuestro!
¡No tengo otra cosa, Amor, de la que pueda vivir,
sed mío por completo!
Si el destino que con su odio me hostiga
por fin me dejase curar,
podría ser toda del Amor,
y entonces mi pena daría su fruto.
En sus aguas profundas y temibles
leería su veredicto, me entregaría toda,
y mi amor sin reserva acogería al Amor.
Y mi hambre, por fin, se aplacaría.
Lentos en satisfacerle,
permanecemos ajenos al Amor.
Y ahí está nuestra miseria. ¡Ah! Sabedlo todos,
quien sin cobardía supiera complacerle
tendría su reino y todos sus tesoros.
(Str. Ged. III)