MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA
Manuel Gutiérrez Nájera, nació en la Ciudad de México el 22 de diciembre de 1859, y falleció en la misma ciudad el 3 de febrero de 1895. Fue poeta, escritor y periodista.
Sus influencias literarias fueron europeas.
Se inspiró en Paul Verlaine, Théophile Gautier y Alfred de Musset, aunque también admiró a Gustavo Adolfo Bécquer y a los místicos españoles (Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz). Se le considera el iniciador del modernismo literario en su ciudad natal.
POEMAS DE MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA
LA SERENATA DE SCHUBERT
¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota
Esparciendo sus blandas armonías,
Y parece que lleva en cada nota
¡Muchas tristezas y ternuras mías!
¡Así hablara mi alma… si pudiera!
Así dentro del seno,
Se quejan, nunca oídos, mis dolores!
Así, en mis luchas, de congoja lleno,
Digo a la vida: Déjame ser bueno!
Así solllozan todos mis amores!
¿De quién es esa voz? Parece alzarse
Junto del lago azul, noche quieta,
Subir por el espacio, y desgranarse
Al tocar el cristal de la ventana
Que entreabre la novia del poeta…
¿No la oís como dice: «hasta mañana»?
¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso
Cruza, cantando, el venturoso amante,
Y el eco vago de su voz distante
Decir parece: «hasta mañana, beso!»
¿Por qué es preciso que la dicha acabe?
¿Por qué la novia queda en la ventana.
Y a la nota que dice: «¡Hasta mañana!»
El corazón responde: «¿quién lo sabe?»
¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!
¡Qué azules brincan las traviesas olas!
En el sereno ambiente ¡cuánta luna!
Mas las almas ¡qué tristes y qué solas!
En las ondas de plata
De la atmósfera tibia y transparente,
Como una Ofelia náufraga y doliente,
¡Va flotando la tierna serenata…!
Hay ternura y dolor en ese canto,
Y tiene esa amorosa despedida
La transparencia nítida del llanto,
¡Y la inmensa tristeza de la vida!
¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan…
Sueños amantes que piedad imploran,
Y como niños huérfanos, ¡se quejan!
Bien sabe el trovador cuán inhumana
Ara todos los buenos es la suerte…
Que la dicha es de ayer… y que «mañana»
Es el dolor, la obscuridad, !la muerte!
El alma se compunge y estremece
Al oír esas notas sollozadas…
¡Sentimos, recordamos, y parece
Que surgen muchas cosas olvidadas!
¡Un peinador muy blanco y un piano!
Noche de luna y de silencio afuera…
Un volumen de versos en mi mano,
Y en el aire ¡y en todo! ¡primavera!
¡Qué olor de rosas grescas! en la alfombra
¡Qué claridad de luna! ¡qué reflejos!
…¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
Y la muerte, la pálida, qué lejos!
En torno al velador, niños jugando…
La anciana, que en silencio nos veía…
Schubert en su piano sollozando,
Y en mi libro, Musset con su «Lucía».
¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!
¡Cuántos hermosos versos! ¡cuántas flores!
En tu hogar apacible ¡cuánta calma!
Y en mi pecho ¡qué inmensa sed de amores!
¡Y todo ya muy lejos! ¡todo ido!
¿En dónde está la rubia soñadora?
…¡Hay muchas aves muertas en el nido,
Y vierte muchas lágrimas la aurora!
…Todo lo vuelvo a ver… ¡pero no existe!
Todo ha pasado ahora… ¡y no lo creo!
Todo está silencioso, todo triste…
¡Y todo alegre, como entonces, veo!
…Esta es la casa… ¡su ventana aquélla!
Ese, el sillón en que bordar solía…
La reja verde… y la apacible estrella
Que mis nocturnas pláticas oía!
Bajo el cedro robusto y arrogante,
Que allí domina la calleja oscura,
Por la primera vez y palpitante
Estreché con mis brazos, su cintura!
¡Todo presente en mi memoria queda!
La casa blanca, y el follaje espeso…
El lago azul… el huerto… la arboleda,
Donde nos dimos, sin pensarlo, un beso!
Y te busco, cual antes te buscaba,
Y me parece oírte entre las flores,
Cuando la arena del jardín rozaba
El percal de tus blancos peinadores!
¡Y nada existe ya! Calló el piano…
Cerraste, virgencita, la ventana…
Y oprimiendo mi mano con tu mano,
Me dijiste también: «¡hasta mañana!»
¡Hasta mañana!… Y el amor risueño
No pudo en tu camino detenerte!…
Y lo que tú pensaste que era el sueño,
Fue sueño, ¡pero inmenso! ¡el de la muerte!
¡Ya nunca volveréis, noches de plata!
Ni unirán en mi alma su armonía,
Schubert, con su doliente serenata
Y el pálido Musset con su «Lucía».
LA DUQUESA JOB
(Nombre que el poeta le dio a una joven mujer de la que
estaba enamorado, cuya vida se desenvolvía a lo largo de Plateros y San
Francisco, circunstancia que aprovecha para salpicar al poema con los sitios y
personas locales en su quehacer cotidiano)
En dulce charla de sobremesa,
mientras devoro fresa tras fresa
y abajo ronca tu perro Bob,
te haré el retrato de la duquesa
que adora a veces el Duque Job.
No es la condesa que Villasana
caricatura, ni la poblana
de enagua roja, que Prieto amó;
no es la criadita de pies nudosos,
ni la que sueña con los gomosos
y con los gallos de Micoló.
Mi duquesita, la que me adora,
no tiene humos de gran señora;
es la griseta de Paul de Kock.
No baila Boston, y desconoce
de las carreras el alto goce,
y los placeres del five o’clock.
Pero ni el sueño de algún poeta,
ni los querubes que vio Jacob,
fueron tan bellos cual la coqueta
de ojitos verdes, rubia griseta
que adora a veces el Duque Job.
Si pisa alfombras, no es en su casa,
si por Plateros siempre pasa
y la saluda Madam Marnat,
no es, sin disputa, porque la vista;
sí porque a casa de otra modista
desde temprano rápida va.
No tiene alhaja mi duquesita,
pero es tan guapa, y es tan bonita,
y tiene un cuerpo tan v’lan, tan pschutt;
que tal manera trasciende a Francia
que no la igualan en elegancia
ni las clientes de Hélène Kossut.
Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del Duque Job.
¡Como resuena su taconeo
en las baldosas! ¡Con que meneo
luce su talle de tentación!
¡Con que airecito de aristocracia
mira a los hombres, y con que gracia
frunce los labios! – ¡Mimí Pinzón!
Si alguien la alcanza, si la requiebra,
ella, ligera como una cebra,
sigue camino del almacén;
pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!
¡Nadie le salva del sombrerillazo
que le descarga sobre la sien!
¡No hay en el mundo mujer más linda!
Pie de andaluza, boca de guinda,
esprit rociado de Veuve Clicquot;
talle de avispa, cutis de ala,
ojos traviesos de colegiala
como los ojos de Luise Théo!
Ágil, nerviosa, blanca, delgada
media de seda bien estirada,
gola de encaje, corsé de ¡crac!,
nariz de pequeña, garbosa, cuca,
y palpitantes sobre la nuca
rizos tan rubios como el coñac.
Sus ojos verdes bailan el tango;
¡nada más bello que el arremango
provocativo de su nariz!
Por ser tan joven y tan bonita,
cual mi sedosa, blanca gatita,
diera su paje la emperatriz.
¡Ah! Tú no has visto cuando se peina,
sobre sus hombros de rosa reina
caer los rizos en profusión!
Tú no has oído qué alegre canta,
mientras sus brazos y su garganta
de fresca espuma cubre el jabón.
¡y los domingos! … ¡Con que alegría
oye en su lecho bullir el día
y hasta las nueve quieta se está!
¡Cuál se acurruca la perezosa,
bajo la colcha color de rosa,
mientras a misa la criada va!
La breve cofia de blanco encaje
cubre sus rizos, el limpio traje
aguarda encima del canapé;
altas, lustrosas y pequeñitas,
sus puntas muestran las dos botitas,
abandonadas del catre al pie.
Después, ligera, del lecho brinca.
¡Oh quien la viera cuando se hinca
blanca y esbelta sobre el colchón!
¿Que valen junto de tanta gracia
las niñas ricas, la aristocracia,
ni mis amigas de cotillón?
Toco; se viste; me abre; almorzamos;
con apetito los dos tomamos
un par de huevos y un buen bistec,
media botella de rico vino,
y en mi coche juntos, vamos camino
del pintoresco Chapultepec.
Desde las puertas de la Sorpresa
hasta la esquina del Jockey Club,
no hay española, yanqui o francesa,
ni más bonita, ni más traviesa
que la duquesa del Duque Job.
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