Esta vez conocimos al poeta asturiano, español Carlos Bousoño. Para conocer más acerca de su obra y vida recomendamos leer la revista Poesía más Poesía, N°282.
SENSACIÓN DE LA NADA
Tiene, después de todo, algo de dulce
caer tan bajo: en la pureza
metafísica, en la luz
sublime de la nada.
En el vacío cúbico, en el número
de fuego. Es la hoguera
que arde inanidad. En el centro
no sopla viento alguno. Es fuego
puro, nada pura. No habiendo fe
no hay extensión. La reducción del orbe a un punto,
a una cifra que sufre.
Porque es horrendo un padecer simbólico
sin la materia errátil que lo encarna.
Es la inmovilidad del sufrimiento
en sí….Como la noche
que nunca
amaneciese-
DIVAGACIÓN EN LA CIUDAD
A Ricardo Defarges
Quisiera hablar tranquilamente. Ha llegado el
momento
de la serenidad, en que es posible
hablar, decir algo recóndito y oscuro
como en la niebla o en la soledad o en la sombra. Un
susurro
en la voz basta a veces,
a veces en la penumbra de una palabra basta,
a veces escuchamos un sonido
crujir, un paso remoto que se aleja
vacilando en el bosque. Un buque parte a veces y en
las aguas
algo creemos ver, insólito, es un brillo
que algo nos dice, un más allá, una dicha
veloz que repentinamente se extingue. No sé, una
burbuja
que acaso significa, como si viniera a nosotros
respirada por alguien, detrás de la tiniebla.
Así hablaría en el cansancio. Pero esta tarde
he creído ver algo. Yo recuerdo
de niño, he pasado de niño muchas veces
horas y horas contemplando una piedra
y siempre yo veía cosas nuevas en ella,
montañas diminutas , enormes valles desolados,
y al mirar esperaba.
Esperaba el milagro.
Ya lo sabéis. ¿Qué cosa!
Esperaba el milagro, estaba un poco tonto, un poco alegre,
un poco esperanzado,
lo mismo, sí que ahora.
Pasan gentes veloces por la calle,
una calle cualquiera, no lo dudo, una calle
en donde nada ocurre. ¿Qué esperar, por qué miro?
Pasan gentes alegres,
a veces con sombreros de colores,
a veces con sombreros de otras cosas,
quizá penas, espinas.
Pero pasan alegres,
con enormes sombreros de alegría,
vestidos con vestidos, con trajes de payaso, con caras
de azucena,
con caras menestrales o ya menesterosas de suspiros
porque a veces
es difícil andar con tanta gente,
tantas palomas sucias, tantos ríos
que van al mar. Difícil, lo comprendo.
Siempre lo he dicho así. No sé qué pasa,
no sé qué ocurre en mí ni por qué hablo
de todas estas cosas.
De pronto estoy más serio, casi triste,
casi necesitado de acariciar a un perro, a una persona,
a un burrito peludo, a un titerero.
Ya veis a que conduce el estar triste
en una tarde rosa, en una calle
cualquiera, un cualquier día.
Empieza uno a pensar
así, como fuese
todo importante y fiel, y solidario
con la necesidad de no ahogarse
en un vaso de vino o de amargura.
De ser siempre en el mundo,
de decir su quimera a cualquier hombre,
de gritar a los astros que hay aquí, sí, en la tierra,
hombre que valen un imperio,
imperios que hacen agua,
agua que no se bebe porque está prohibido,
y que es bonito
salir a una terraza cualquier día
y gritar a los astros que el mundo está bien hecho, y
que he bebido.