Seguimos leyendo al poeta colombiano Germán Pardo García, esta vez poesia de su poemario PODERÍOS (1937).
En México funda y dirige la revista Nivel, con más de trescientos números en su haber. Las circunstancias biográficas condicionan el tono y la anécdota de algunos poemarios, como Poderíos de 1937.
Para conocer más acerca del autor y su obra os invitamos a leer la revista Poesía más Poesía, N° 8.
UN CABALLO EN LA SOMBRA
Montañas, sólo montañas.
Soledad de cielo y campo.
Nunca otra noche en mi vida
como esa noche de espanto;
de asolación en los aires
y poderío satánico.
Por medir la oscuridad
griten la sombra, angustiado
y el grito, profundamente
quedó en la sombra temblando.
Potestades, Poderíos.
Rondas luces, viento aciago,
y de pronto la presencia
de un caballo.
Era negro como el ídolo
de la noche, y un penacho
de crines atormentadas
cubría su cuello bárbaro.
Potro de climas indómitos,
nadie lo hubiera humillado
con el rigor de unas riendas
o la amenaza de un látigo.
Iba sin rumbos en la noche
por los caminos dramáticos,
y cabalgaba la muerte
sobre el poder de sus flancos.
Sentí caer en mi espíritu
la maldición de los astros;
grité en la sombra, en la sombra
por ahuyentar el presagio,
y el grito, profundamente
quedó en la noche temblando.
A la distancia, alaridos;
fatalidad en los ámbitos,
y un temblor como de fuga
de un caballo.
Después, silencios fatídicos.
Soledad de cielo y campo.
UN HOMBRE SE HA EXTRAVIADO
Busco a un hombre de amargos ojos verdes,
sombrías manos y palabras lentas.
Se extravió en el terror de una ciudad
nebulosa y fantástica,
cuando iba por una calle sórdida
si salida y sin nombre,
como las que los locos atraviesan
en la glacial clausura de sus sueños.
Escuchad mi pregón, oíd mi alerta
pues se ha extraviado un hombre
en su ciudad caótica y ya muerta.
A la agónica luz de un farol amarillo
que pendía del muro lacerado
como cabeza de guillotinado,
festejaba su cuita el organillo.
Y alguien bailó una danza ridícula y fantástica
en la calle de la ciudad fantástica,
como si fuera un oso amaestrado
que saltara al clamor del estribillo.
Pávida flecha, desgarró la noche
la carrera fantástica de un coche
que nadie en la tiniebla conducía.
Y el coche de los muertos, ¿quién lo guía?
Asolación. Sobre el nocturno duelo,
turbio oscilar de llamas en la sombra;
un destino fatal que nadie nombra,
y la implacable soledad del cielo.
Escuchad mi pregón, oíd mi alerta,
pues se ha extraviado un hombre
en la ciudad caótica y desierta.
A la mísera luz del farol amarillo,
alguien tenía en venta el corazón.
«Dame dinero y te amaré esta noche»,
clamaba en las penumbras el pregón.
Pero en el arrabal nadie sabía
quién estaba vendiendo el corazón,
ni quién tañía el trémulo organillo,
mientras pasaba arrebatado un coche.
Y el coche de los muertos, ¿quién lo guía?