CANTAREMOS AL MIEDO A LA MUERTE
Voy a derramar
esa sopa enfriada
que hace ya meses
y el papa no viene.
No voy a escribir
ningún soneto
al compás de sus botas.
Pasará a lo lejos
mezclado con el rumor
de fieras nocturnas,
bocas abiertas,
la raíz retorcida
y un grito infernal.
Un corazón en llamas
que tuvo que pagar la confesión
con sus palabras.
La confesión con sus palabras
en la tapa del ataúd.
El escritor y su ataúd,
el casi-autor,
se llevó las mentiras
del padre sabio
la tripa hinchada
se ahogó de sobrepeso
de palabras podridas
de palabras pesadas
con la injusticia escondida
entre palabras
nunca sacadas.
Cuanta basura
en el nombre de Dios.
Se alejan.
Tu aliento siempre retorna,
pero ellas se alejan.
Embarcadas
como un astro en la vía láctea
siguen su rumbo
y no miran hacia atrás.
No hay hombre que lo soporta
No hay mujer que no odia
las manchas de sangre
en tela blanca y blanda.
Palabras ensangrentadas
en su camino hacia la muerte.
Laura Trat
EL OBRERO SE MOJÓ
Desconocía la luz del día,
solo su nariz le anunciaba las horas,
el olor a chimeneas de las 18h
o el barro en los zapatos
de la hora de cenar.
El sol se ponía justo antes
de subir a la superficie,
oscuridad en las profundidades
y oscuras también las calles.
Solo en la taberna se veían las caras
caras de carbón con miradas de azabache,
miradas que no cesaban de cavar,
el obrero cogió el vaso con una delicadeza mineral
masticando las palabras con la boca sellada,
pensamientos inflamables,
queroseno en las pestañas.
Túneles que no ven la luz,
la lluvia pegada a la ropa,
soñaba con un sol de justicia
o con un horizonte de libertad,
o simplemente ventanas
para poder respirar.
Con sentimientos vetados a la escritura
afectos profundos guardados como tesoros,
la rutina esa amante puntual,
le preparaba el café
esperando el primer y último rayo de sol,
de una jornada como todas las jornadas.
Y el amor alumbrando otras vidas
el reloj sin días de descanso,
los deseos con caries hasta la raíz,
el corazón enterrado en el manto.
Inútiles capas de barro
moldean su alma de piedra.
Mónica Herrero