Attila Juzsef fue un poeta húngaro que vivió entre 1905 y 1937. Su obra, marcada por la angustia y la esperanza, es una de las más importantes de la literatura húngara.
En nuestro taller de poesía del Grupo Cero, La poesía nos une, esta semana, leímos algunos de sus poemas más emblemáticos y que a continuación queremos compartir con ustedes.
Si te interesa la poesía y quieres conocer más sobre la obra de este y otros autores importantes, te invitamos a inscribirte en nuestro taller.
AL BORDE DE LA CIUDAD
Al borde de la ciudad, en donde vivo,
al derrumbarse los crepúsculos,
vuela el hollín en blandas alas
como murciélagos pequeños
y se solidifica como el guano
fuerte y grueso.
Así se asienta en nuestras almas este tiempo.
Y como espesos trapos
de pesadas lluvias
lavan el mellado techo de hojalata,
en vano la tristeza borra de nuestro corazón
lo que está sobre él petrificado.
La sangre también puede lavarlo. Así somos.
Gente nueva, enjambre de otra especie.
Pronunciamos la palabra de otro modo, el pelo
se pega a nuestra cabeza de otro modo.
Ni Dios ni la mente, sino
el carbón, el hierro y el petróleo,
la materia real nos ha creado
echándonos hirvientes y violentos
en los moldes de esta
sociedad horrible,
para afincarnos, por la humanidad,
en el eterno suelo.
Tras los sacerdotes, los soldados y los burgueses
al fin nos hemos vuelto fieles
oidores de las leyes:
por eso el sentido de toda obra humana
zumba en nosotros
como un violón.
Desde que se formó
el sistema solar,
aunque es mucho el pasado
tantas gentes no nos han destruido, indestructibles:
armas y glorias, superstición y cólera
en nuestras moradas devastaron.
El vencedor futuro
jamás se vio humillado
como nos humillasteis
bajamos al suelo la mirada. El secreto
guardado en la tierra se abrió.
¡Mirad cómo se ha vuelto una fiera
la fiel máquina!
Frágiles pueblos crujen
como el delgado hielo de un charco.
Cuando la fiera salta, el revoque de las ciudades
se desprende, y el cielo retumba.
¿Quién doma —quizá el terrateniente—
al perro salvaje del ovejero?
Su infancia es la nuestra. La máquina
se crió junto a nosotros.
Es un manso animal. ¡Vamos, llamadla!
Nosotros conocemos su nombre.
Y dentro de poco ya veremos
como todos os arrodilláis y le rezáis
a ella que no es más que vuestra propiedad.
Pero ella sólo lame
a aquel que le dio de comer en la mano.
Henos aquí, desconfiadamente unidos
los hijos de la materia.
¡Levantad nuestro corazón! (Él pertenece
a aquel que lo levanta.)
Tal fuerza sólo puede poseer
quien está lleno de nosotros.
¡Izad el corazón por encima de los talleres!
Un corazón tan grande y cubierto de hollín
sólo han visto aquellos que han mirado al sol
asfixiándose en su propio humo, aquellos
que han escuchado palpitar
las galerías profundas de la tierra.
¡Izad el corazón! Alrededor de esta tierra dividida,
la empalizada llora, se marea y tropieza
al soplo de nuestro aliento
igual que cuando se desata la tormenta.
¡Soplemos en ella, izad el corazón,
que humeé allá arriba!
Mientras llega la claridad,
nuestra capacidad maravillosa, el orden
con que la mente concibe
la finita infinitud,
las fuerzas de producción por fuera
y los instintos por dentro…
Al borde de la ciudad chilla esta canción.
El poeta, el pariente,
mira y mira cómo cae el hollín blando, espeso,
que cae y que cae
y se solidifica como el guano
fuerte y grueso.
La palabra chirría en la boca del poeta,
pero él, ingeniero
de las maravillas de nuestro mundo,
penetra en el futuro consciente
y construye dentro de sí —como después vosotros
afuera— la armonía.
BALADA
Hornea el pan en débil luz de gas,
pon a cocer ladrillos colorados,
desuéllese tu mano por la azada,
ponte de espaldas y haz el encofrado,
puedes venderte: ondeen tus polleras,
puedes ir a estibar en el mercado:
ten un oficio o hazte un destajista —
las ganancias a los capitalistas.
Anda a enjuagar la seda con bencina,
las cebollas cosecha acuclillado,
degüella cabras que por ti berrean,
que el pantalón te salga bien cortado,
si te echan, ¿qué tienes por ganar?,
¡vamos!, prosigue si es que has terminado:
¿mendigas?, ¿robas?, ¡Que la ley te asista!
las ganancias a los capitalistas.
Compón poesías suspirantes,
escabecha jamón de Praga ahumado,
saca carbón, extrae hierbas santas,
el secreto contable ten guardado,
ponte una gorra con galón de oro,
vive en París o en Szatymaz nublado:
cuando tu paga esté por fin bien lista
las ganancias a los capitalistas.
Detente, Attila: qué aburrido estás.
Sabes que tú no vives de caviar.
Ya trabajes, ya seas un huelguista —
las ganancias a los capitalistas.
BELLA MUJER DE ANTAÑO
Bella mujer de antaño que quiero ver de nuevo,
ella en quien se escondía el cariño de un hada.
Cuando íbamos los tres a pasear por los prados,
iba, grave y risueña, sobre el fango ligero.
Y si ella me miraba no evitaba un temblor,
bella mujer de antaño que quisiera no amar.
Sólo quiero mirarla de nuevo, simplemente
mirarla soñadora bajo el sol del jardín,
un libro entre las manos, cerrado como ella,
y en torno, los tupidos follajes en el viento
de otoño. Quiero verla, meditando despacio,
como pensando en algo, en el quiosco sonoro,
mirar furtivamente y emprender el camino
que se oculta en las frondas y va a la lejanía.
Las dos hileras de árboles le dirían adiós.
Como un niño que mira a su madre ya muerta,
así quisiera ver una vez más a aquella bella
mujer de antaño que se pierde en la luz.
Fuente: Material de Lectura. UNAM: Attila Józseff