AMANECER EN LA ISLA NEGRA
Amanezco de nostalgias dormidas
Son tus manos que me acunan
me despiertan del letargo y
me espejo en tu mirada
Tu voz acaricia el nácar
de mi boca seca de palabras
cueva refugio de secretos
Inclinas tu oído a mi silencio
en solemne rito que me salva
En las noches siento tu alma
en cada madera crujir
La escucho tejida en el murmullo
de tus mujeres de piedra
De Guillermina la non sancta
María Celeste la que llora
La Marinera del Cielo
y La Mascarona herida
que recitan tus aventuras
y cantan tu amor marino
Pero ellas no saben
de nuestra intimidad compartida
Me pides que te revele
el corazón del mar
que llevo grabado en cada pliegue de piel
Sientes placer al contemplar mis formas y
me recuestas con reverencia
tan cerca de tu pluma
que en escritura me transformas
Sueñas con dormir en lo profundo
y que el mar te guarde en sus misterios
Allí donde el silencio tiene cuerpo
de miles colores, brillos y espejos
Te espero cada amanecer
color de mar y sabor de sal
Ardiendo en cada rayo
Iluminando mi recuerdo
María Julia Ardito
AMANECER EN LA ISLA NEGRA
Habían amanecido en esa isla paradisíaca, donde el viento acariciaba el mar haciendo una
melodía que irrumpía el silencio de su hoy, naufragio. El frío de la mañana les abrazaba, no tenían nada que comer, ahora las cosas no estaban a la disposición tan fácil como en su antigua vida, debían salir a buscar en ese ambiente selvático algo que mitigara su hambre, debían ingeniárselas para arrancarle un coco a una palmera, en fin, crear sus herramientas para cazar, para cocinarse lo que apareciera comestible en esa nueva vida. Otro era el destino de aquellos dos que estaban frente a frente por primera vez en la isla negra. Pero habían sobrevivido, ahora tenían la inminente misión de mantenerse vivos y de atreverse a conocerse mutuamente. Isla negra, era en sus vidas un adiós y un empezar. El quiebre que habían anhelado ambos para sus vidas, pero también el más temido.
Recomenzar significaba rendirse, recomenzar era entregarse como Calipso le pedía a Odiseo, un ahora o nunca, dejar que los recuerdos de los restos del viaje que se había perdido, se quedasen ahí, donde el mar hace que fluyan las cosas a su lugar preciso. Y la tierra había girado lentamente una vez más, la noche los visitaba y ella miró al cielo, al cual por primera vez veía estrellado desde que la vida la había llevado a esa porción de tierra. Más, no lograba divisar las constelaciones, pues carecía de imaginación, pero algo como un saber no sabido o sus conversaciones que empezaban a parecerle muy interesantes con ese otro con el que había topado en la isla, le hacían entender que había que insistir, aunque no encontrase respuestas aun a aquello que les había sucedido, lo cierto es que haber llegado a esa isla después de haber zarpado, era en efecto un venturoso hallazgo, lo demás sería una cuestión de tiempo, de un tiempo sin tiempo.
Arelis Juárez
AMANECER EN LA ISLA NEGRA
Amanecer en la isla negra
perdidos están bajo las sombras de sus recuerdos
en el umbral de la muerte
disipándose en el tiempo.
Mentes fugaces
voces turbias
cabezas roídas de escollos
perturbados amaneceres.
Impávidos entre visiones,
fugaces
recorren juntos el camino
atravesados por la niebla.
La niña ingenua permanece sentada, 99 botellas de cervezas cantando
tras la pantalla
mirada dulce
voz inquieta
respondiendo él a sus preguntas
acompañando ella sus risas
imaginando
intentando devolver cada grano de arena en el intenso tiempo del reloj.
El viento en la copa de los árboles grita
atrae a las aves
que se anidan
en lo profundo del atardecer
abrazando las hojas secas
ópalos tenues.
Viajes y estaciones
ocasos que no vuelven
haciéndose pedazos
lagos de sangre
olas o acantilados
se deshacen como la espuma.
Jeil Parra
19/10/23
Esta semana traemos un poema para homenajear a nuestra querida compañera Ana María Barletta en su cumpleaños. Vivo ejemplo de que el poeta se va construyendo, nos llena de alegría con sus versos.
ESTE POEMA ES UNA FLOR
Cantas a mi lado
Pequeña en ramillete sin nombre
tus rosados pétalos espejo de infancia
Y hojas de tréboles que atrevidos te abrazan.
La rosa se abre con sus matices furiosos,
reina los jardines más vanidosos y
los rincones olvidados como
una mujer que está sola.
Nívea pluma de espuma,
soledad aterciopelada
acercándote con el viento,
edelweiss recogidos de un lienzo de aguas profundas.
Orquídea radiante entre la selva tropical
las manecillas del reloj trascienden tu belleza
oh inmortal diosa de las palabras
cantos atravesando el tiempo.
Aves del Paraíso para ti,
amiga, compañera, mujer de versos sin fin.
Tu sonrisa de perlas enseña a sonreír,
Eres una flor que venció al huracán y no deja de insistir.
Este poema es una flor,
Magnolia
Que despunta en la mañana
y aspira el olor del cielo,
y en cada madrugada,
bebe de los pájaros el canto.
Compañeros del taller