Esta semana leímos a dos grandes poetas griegos y compatimos con ustedes, algunos de sus poemas.
Odysseas Elýtis
PRIMEROS POEMAS
«Escribo para que la muerte no tenga la última palabra.»
El amor
El archipiélago
Y la proa de sus espumas
Y las gaviotas de sus sueños
En su más alto mástil el marinero hace ondear
Una canción
El amor
Su canción
Y los horizontes de su viaje
Y el eco de su nostalgia
En su roca más mojada la novia espera
Un barco
El amor
Su barco
Y la despreocupación de sus vientos etesios
Y el foque de su esperanza
En su más leve oleaje una isla acuna
La llegada.
II
Juegos las aguas
En los sombríos pasos
Anuncian con sus besos el alba
Que despunta
Horizonte ─
Y las palomas sonido
vibran en sus cavernas
Despertar azul en la fuente
Del día
Sol ─
El mistral en la vela
En la mar
Las caricias de los cabellos
El sosiego de su sueño
Frescor ─
Ola en la luz
De nuevo engendra los ojos
Donde la Vida navega hacia
La contemplación
Vida
III
Rumor de mar beso en su acariciada arena ─ Amor
Su azulada libertad la gaviota
Entrega al horizonte
Olas vienen y van
Espumosa respuesta en los oídos de las caracolas
¿Quién se llevó a la rubia y a la quemada por el sol?
La brisa con su diáfano soplo
Inclina la vela del sueño
A lo lejos
Amor su promesa susurra ─ Rumor de mar.
DORMIDA
La voz se corta en el trémulo viento
y en sus árboles ocultos tú respiras
¡Es rubia cada página de tu sueño
y según mueves tus dedos un incendio se esparce
Dentro de mí con vestigios tomados del sol!
Y propicio sopla el mundo de las imágenes
Y el mañana exhibe totalmente desnudo
su pecho marcado por la inmutable estrella
Que anochece la mirada como cuando va a agotar un firmamento
Oh no florezcas más en los párpados
Oh no remuevas más en las matas del sueño
Sabes qué suplica en los dedos el aceite enciende
que guarda los portales del alba
Qué fresca revelación susurra en la espera
el recuerdo convertido en hierba
Allí donde tiene esperanza el mundo
¡Allí donde el hombre no quiere sino ser hombre
¡En soledad y sin ningún Destino!
V
AZUL CLARO
Con qué facilidad paso de tus ojos al cielo
de la manga de agua al rostro del mar
de tu pequeño dedo a la estrella de zafiro
Fama esperanzada de la luz espacio inmenso
lo que observo con la mirada me alimenta.
Lo que percibo con el tacto me alimenta
cuerpo fresco del mar o aire
esfera del sueño intocable o fría pompa de jabón
la geografía de tu virginidad que no me importa
una tela de seda para pisotearla
un cuenco de campana cristalina para los sordos
que visten de corcho a su muñeca más pesada.
Mi muñeca es tu muñeca es la azulita
completamente desnuda que se divierte agujerada con
los astros
y se baña en la noche y hace cosquillas a los grillos.
Pero ni la gota de la Aurora bebida por lo azul
ni la resurrección de la maldad del ruiseñor
ni el girar del trompo ni el desmayo
del momento que dispersa en el vacío las plumas de ganso
beben de tu frente de la fuente que llaman libertad.
VINIERON EN VESTIDO DE “AMIGOS”…
Vinieron
en vestido de “amigos”
incalculables veces mis enemigos
hollando el antiquísimo suelo.
Y el suelo no se adhería nunca a sus talones.
Trajeron
al Sabio, al Agrimensor y al Colonizador,
Biblias con letras y con cifras,
toda la Sumisión y Prepotencia,
dominando la antiquísima luz..
Y la luz no se adhería nunca a sus tejados.
Ni siquiera una abeja se engañó para empezar su juego de oro
y ni siquiera el viento, para henchir los blancos delantales.
Levantaron sobre cimientos
en las cimas, en los valles, en los puertos
torreones poderosos y mansiones,
barcas y otros navíos,
las Leyes, que decretan lo bueno y conveniente,
adaptándolas a antiquísima norma.
Y la norma no se adhería nunca a sus conceptos.
Ni siquiera una huella de dios dejó en sus almas rastro.
Ni siquiera un reflejo de ninfas recogió su palabra.
Llegaron
en vestido de “amigos”
incalculables veces mis enemigos
ofreciendo sus antiquísimos regalos.
Y no eran sus regalos
sino fuego y acero.
En los dedos que mantenían abiertos
sólo fuego y acero y armas.
Sólo fuego y acero y armas.
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Yannis Ritsos
SONATA CLARO DE LUNA
Déjame ir contigo
qué luna esta noche…
es buena esta luna, no se marcarán mis canas
La luna hará que mi pelo vuelva a ser dorado –no te darás cuenta
Déjame ir contigo
En noches bañadas por la luna
las sombras se engrandecen en mi casa
Manos invisibles corren las cortinas
Un dedo tenue escribe palabras olvidadas en el polvo que cubre el piano
No quiero oírlas… Cállate
Déjame ir contigo
Sólo un rato, hasta la valla de la fábrica de ladrillos
Hasta donde la calle se esconde tras la curva y aparece la ciudad de cemento, de aire
Blanqueada de cal lunar
Tan indiferente y etérea
Tan positiva que parece metafísica
Tanto, que finalmente puedes creer que existes y que no existes
que jamás has existido, que el tiempo y sus secuelas no han existido…
A mí –dice- me coges…
A mí -dice- me coges.
A mí me encierras
me matas.
¿Puedes coger aquel pájaro?
¿Puedes matar
el aire que escondo
entre mis uñas?
NO CUESTA NADA…
No cuesta nada
una mentira más.
Todo se perdona
cuando respiras sin querer-
el cesto vacío
la corona de cristal.
DETRÁS DEL OLVIDO
Lo único sólido que de él quedó fue su chaqueta.
La colgaron allí, en el armario grande. Fue olvidada.
Se pegó al fondo, detrás de nuestras ropas de verano, de invierno,
nuevas cada año, para nuestras necesidades nuevas -. Hasta que,
un día, llamó nuestra atención – puede que por su color extraño,
puede que por su anticuado corte -. Sobre sus botones
había tres imágenes, iguales y redondas:
el muro del fusilamiento, con cuatro agujeros,
y alrededor, nuestro remordimiento.
Retraso
Todavía le quedaba una hora; alcanzaría.
Podía, pues, observar el florero vacío,
parecido a una mano de cristal como esperando, parecido a un…
Cuando se acordó de irse
los otros habían acabado ya su jornada. Y él ni siquiera
había terminado sus observaciones, con la idea
de que le sobraría tiempo. Así pues, lo único que podía hacer
era coger dos flores de las coronas grandes
que estaban en la entrada -dos lirios, y nada más-
muy altos, muy blancos, para el florero vacío.
UNA GOTA DE SUEÑO
Lejana la voz del vendedor de billetes. El árbol inclinado.
Un jarro enterrado en la arena.
Arde el poniente. Reflejos violáceos en la playa.
Algunas casas en la colina, guindos amontonados, silencio y crepúsculo.
Tienes un pañuelo de verano en tu bolsillo
tienes una tristeza abandonada en el umbral
como la deshilachada zapatilla de primavera que quedó olvidada en la roca
cuando la última pareja recoge apresuradamente tres metros de mar
y se pierde cabizbaja al abrigo del viento.
Qué rápido anochece en tus ojos.
Tu bolso huele ya a humedad,
tus manos entraron en los guantes como los árboles en las nubes.
Allí donde termina la tormenta comienza tu mirada
allí donde termina el cielo comienza tu canto y todo tu rostro.
Hay una estrella amarilla en tu silencio
como una pequeña margarita en la cómoda de un enfermo
hay un puñado de calor en cada hoja amarilla que vuelve atrás las páginas del tiempo.
Basta que sepas. La otra comunicación no se interrumpe después de medianoche.
La línea continúa a lo largo y a lo ancho,
con varias estaciones,
algunas interrupciones, algunos accidentes,
continúa, y el otoño se protege del viento en las rejas de la estación
o en la tapia de orfelinato
oyendo el toque de queda sobre los húmedos techos
y continúa aún el gramófono en el bar de la playa
y la luna gira sobre él –
un disco gastado, un viejísimos tango. Nadie baila.
Pero tú volviendo del otro lado de la luna
más allá de la medianoche, más allá del umbral
escucharás la gran música paseando por el alto puerto con doce mástiles
como un mozo silencioso que da vuelta las mesas del otoño
doblando cuidadosamente las servilletas de la noche
recogiendo pilas de platos llenos de huesos de pescado.
El mar y el canto continúan.
Es nuestro todo lo que dejaron fuera de la puerta los hombres encerrados
el grito del viento en los cuartos oscuros
la música que baja en grandes oleadas golpeando los postigos
el silencio que abre su monedero y se mira en su cuadrado espejito
y aquélla que se enrolla en un capote militar sobre el muelle
y se duerme junto a su mochila.
También tú enciendes el cigarrillo con una estrella sobre el tranquilo rebaño de tu alma
como el blanco que vela sobre la tropa dormida
para pensar en una mujer
en el mar
la ciudad con sus banderas
los clarines
el polvo del sol y la gloria de los astros.
Y está a tu lado –lo sabes-
esta gran sonrisa
como el redondo despertador junto al sueño del trabajador.
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