LOS BESOS GALOPAN EN MI BOCA
Aparecieron en la ciudad
un hombre y su camello.
Sus sombras, extendidas en el desierto,
habían anunciado su llegada
días atrás,
pero nadie los vio.
En la ciudad
se perdió el don del ojo ocioso,
que capta ondas de tierras lejanas
como un farol sólido en alta mar alumbra
sin distinción,
naufragios extraños
en su pasaje indeterminado, esparcidos por la marea…
Pero las afueras, ya no se contemplan.
Se ven figuras exuberantes
donde la línea recta del movimiento accidental
da lugar a nubes pasajeros,
pero la vista no detecta la presencia de aquel forastero inesperado,
que hace un buen rato había estado
contemplado con curiosidad,
desde una colina,
la silueta de nuestra ciudad.
A su lado izquierdo su animal señero.
No sé cómo llamarlo para que nos entendemos.
¿Por qué solo damos un nombre al principio y nunca más otro al conocer?
Me cuesta hablar de mi amigo con su piel tostada que un día apareció en la ciudad con su fiel acompañante.
Nadie vio cuando se paró en seco aquella caravana bipartida
ni como el hombre velado examinó con esmero el primer hito.
Le indicamos el camino
pero él está acostumbrado
a leer las señas
con relación al viento
y a dejarse guiar por las constelaciones del momento.
Nuestras calles nos ordenan
y todo se desplaza siguiendo una lógica.
En el desierto hace falta experiencia y valor
para poder ponerse en relación con el vacío
y orientarse con el orden de las estrellas.
Ay,
Llévame contigo,
viajero misterioso,
la próxima vez que te acercas
con tu cuerpo marcado
por el sol abierto.
Tu mirada es otra
y tu camello te sigue.
No hablas nuestro idioma
pero el de las nubes
y en tu silencio profundo
palpita mi corazón.
Laura Trat
LOS BESOS GALOPAN EN MI BOCA
Con los seres del subsuelo
rugiendo como ladrones,
ladran las ambulancias,
en distópicas auroras
que no distinguen la noche y el día.
Vidas que pulsan como fugaces fotografías,
en disimulada humanidad,
me refugio en librerías,
con los elfos, duendes y seres primaverales,
hasta que pase el mes de enero
saboreando los besos agolpados en mi pelo.
Y vuelvo con todos mis besos
y algún colmillo de más,
a aullar a este suave cielo,
paladar de cinco estrellas,
con otras lunas y un mismo miedo.
Ahora peso mis besos,
veintiún gramos nada más,
equipaje facturado,
me los llevo a otro lugar.
Mónica Herrero