Selección de poemas destacados 2023.01.25

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Presentamos la selección de poemas destacados de esta semana, dedicado a Miguel de Cervantes.

EL PRIMER OVILLEJO DE LA HISTORIA

¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
Y ¿quién aumenta mis duelos?
Los celos.
Y ¿quién prueba mi paciencia?
Ausencia.
De ese modo, en mi dolencia
ningún remedio se alcanza,
pues me matan la esperanza
desdenes, celos y ausencia.
¿Quién me causa este dolor?
Amor.
Y ¿quién mi gloria repugna?
Fortuna.
Y ¿quién consiente en mi duelo?
El cielo.

De ese modo, yo recelo
morir de este mal extraño,
pues se aumentan en mi daño,
amor, fortuna y el cielo.
¿Quién mejorará mi suerte?
La muerte.
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?
Mudanza.
Y sus males, ¿quién los cura?
Locura.

De ese modo, no es cordura
querer curar la pasión
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.

EPITAFIO

Aquí el valor de la española tierra,
aquí la flor de la francesa gente,
aquí quien concordó lo diferente,
de oliva coronando aquella guerra;

aquí en pequeño espacio veis se encierra
nuestro claro lucero de occidente;
aquí yace enterrada la excelente
causa que nuestro bien todo destierra.

Mirad quién es el mundo y su pujanza,
y cómo, de la más alegre vida,
la muerte lleva siempre la victoria;

también mirad la bienaventuranza
que goza nuestra reina esclarescida
en el eterno reino de la gloria.

ROMANCE DE LOS CELOS

Yace donde el sol se pone,
entre dos tajadas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
profunda, lóbrega, escura,
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del horror y las tinieblas.
Por la boca sale un aire
que al alma encendida yela,
y un fuego, de cuando en cuando,
que el pecho de yelo quema.
Óyese dentro un ruido
como crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,
envueltos en tristes quejas.
Por las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras,
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.
A la entrada tiene puestos,
en una amarilla piedra,
huesos de muerto, encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas del fuego
que arroja de sí la cueva,
dicen: «Esta es la morada
de los celos y sospechas».
Y un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedra;
el cual, oyendo, le dijo:
«Pastor, para que te crea
no has menester juramentos
ni hacer la vista experiencia:
un vivo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva escura,
no tiene luz ni la espera.
Seco le tienen desdenes
bañado en lágrimas tiernas,
aire, fuego y los suspiros
le abrasan contino y yelan.
Los lamentables aullidos,
son mis continuas querellas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mi sin igual firmeza,
que mis huesos en la muerte
mostrarán que son de piedra.
Los celos son los que habitan
en esta morada estrecha,
que engendraron los descuidos
de mi querida Silena».
En pronunciando este nombre,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
aquestos fines se esperan.


(1592)

DEL CACHIDIABLO, ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA, EN LA SEPULTURA DE DON QUIJOTE

Aquí yace el caballero,
bien molido y mal andante,
a quien llevó Rocinante
por uno y otro sendero.
Sancho Panza el majadero
yace también junto a él,
escudero el más fïel
que vio el trato de escudero.

(Don Quijote, I, 1605, versos finales)

[LAS PENAS DEL CAUTIVO EN ARGEL]
Sayavedra

¡Rompeos ya, cielos, y llovednos presto
el librador de nuestra amarga guerra
si ya en el suelo no le tenéis puesto!
Cuando llegué cativo y vi esta tierra
tan nombrada en el mundo, que en su seno
tantos piratas cubre, acoge y cierra,
no pude al llanto detener el freno,
que, a pesar mío, sin saber lo que era,
me vi el marchito rostro de agua lleno.
Ofreciose a mis ojos la ribera
y el monte donde el grande Carlo tuvo
levantada en el aire su bandera,
y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,
pues, movido de envidia de su gloria,
airado entonces más que nunca estuvo.
Estas cosas volviendo en mi memoria,
las lágrimas trujeran a los ojos,
forzados de desgracia tan notoria.
Pero si el alto cielo en darme enojos
no está con mi ventura conjurado,
y aquí no lleva muerte mis despojos,
cuando me vea en más seguro estado,
o si la suerte o si el favor me ayuda
a verme ante Filipo arrodillado,
mi lengua balbuciente y casi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de mentir desnuda,
diciendo: «Alto señor, cuya potencia
sujetas trae las bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia,
a quien los negros indios con sus dones
reconocen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de sus rincones,
despierte en tu real pecho coraje
la desvergüenza con que una bicoca
aspira de contino a hacerte ultraje.
Su gente es mucha, mas su fuerza es poca,
desnuda, mal armada, que no tiene
en su defensa fuerte muro o roca.
Cada uno mira si tu armada viene,
para dar a los pies el cargo y cura
de conservar la vida que sostiene.
De la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde mueren quince mil cristianos,
tienes la llave de su cerradura.
Todos, cual yo, de allá, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cerrados de tormentos inhumanos,
poderoso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que están siempre llorando.
Y pues te deja agora la Discordia
que tanto te ha oprimido y fatigado,
y amor en darte sigue la Concordia,
haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado
lo que con tanta audacia y valor tanto
fue por tu amado padre comenzado.
El solo ver que vas pondrá un espanto
en la bárbara gente, que adivino
ya desde aquí su pérdida y quebranto».
¿Quién duda que el real pecho benigno
no se muestre, oyendo la tristeza
donde están estos míseros contino?
Mas, ¡ay, cómo se muestra la bajeza
de mi tan rudo ingenio, pues pretende
hablar tan bajo ante tan alta alteza!
Mas la ocasión es tal, que me defiende;
pero a todo silencio poner quiero,
que creo que mi plática te ofende
y al trabajo he de ir adonde muero.

(El trato de Argel, h. 1585, Jornada I, vv. 393-462)

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