Esta vez elegímos un poema cada una de las integrantes del grupo y leímos a Cesar Pavese, Arthur Rimbaud, Emilia Ayarza y Mario Trejo. Para conocer más sobre los poetas y tener acceso a más de sus poemas, recomendamos la revista Poesía más Poesía.
Cesar Pavese
TRABAJAR CANSA
Cruzar una calle para escapar de casa
lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que vaga
todo el día por las calles ya no es un muchacho
y no escapa de casa.
Hay en verano
siestas en que hasta las plazas quedan vacías, tendidas
bajo el sol que está por caer, y este hombre, que llega
por una avenida de inútiles plantas, se detiene.
¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo?
Solamente vagar, las plazas y las calles
están vacías. Hace falta parar a una mujer
y hablarle y pedirle vivir juntos.
De otro modo, uno habla solo. Es por esto que a veces
hay un borracho nocturno que comienza a parlotear
y cuenta los proyectos de toda la vida.
No es cierto que esperando en la plaza desierta
se encuentra a alguno, pero el que recorre las calles
se para cada tanto. Si fueran dos,
aun andando por la calle, la casa estaría
donde estuviese esa mujer y valdría la pena.
A la noche, la plaza vuelve a estar desierta
y este hombre que pasa no ve las casas
entre las inútiles luces, no levanta ya los ojos:
siente sólo el empedrado que hicieron otros hombres,
de manos endurecidas como las suyas.
No es justo quedar en la plaza desierta.
Vendrá ciertamente esa mujer por la calle
que, rogada, querría dar una mano en la casa.
Arthur Rimbaud
EL SUEÑO DEL ESCOLAR
Era la primavera, y Orbilio languidecía en Roma, enfermo, inmóvil:
entonces, las armas de un profesor sin compasión iniciaron una tregua:
los golpes ya no sonaban en mis oídos
y la tralla ya no cruzaba mis miembros con permanente dolor.
Aproveché la ocasión: olvidando, me fui a las campiñas alegres.
Lejos de los estudios y de las preocupaciones
, una apacible alegría hizo renacer mi fatigada mente.
Con el pecho hinchado por un desconocido y delicioso contento,
olvidé las lecciones tediosas y los discursos tristes del maestro;
disfrutaba al mirar los campos a lo lejos y los alegres milagros de la tierra primaveral.
Cuando era niño, sólo buscaba los paseos ociosos por el campo:
sentimientos más amplios cabían ahora en mi pequeño pecho;
no sé que espíritu divino le daba alas a mis sentidos exaltados;
mudos de admiración, mis ojos contemplaban el espectáculo;
en mi pecho nacía el amor por los cálidos campos:
como antaño el anillo de hierro que al amante de Magnesia atrae,
con una fuerza secreta, atándolo sin ruido gracias a invisibles ganchos.
Mientras, con los miembros rotos por mis largos vagabundeos,
me recostaba en las verdes orillas de un río,
adormecido por su suave susurro, llevado por mi pereza
y acunado por el concierto delos pájaros y el hálito del aura,
por el valle aéreo llegaron unas palomas,
blanca bandada que traía en sus picos guirnaldas de flores cogidas por Venus,
bien perfumadas, en los huertos de Chipre.
Su enjambre, al volar despacioso, llegó al césped donde yo descansaba, tendido,
y batiendo sus alas a mi alrededor, me rodearon la cabeza,
liándome las manos, con una corona de follaje
y, tras coronar mis sienes con ramos de mirto aromado, me alzaron, por los aires,
cual levísimo fardo…
Su bandada me llevó por las altas nubes, adormecido bajo una fronda de rosas;
el viento acariciaba con su aliento mi lecho acunado suavemente.
Y en cuanto las palomas llegaron a su morada natal, al pie de una alta montaña,
y se alzaron con un vuelo rápido hasta sus nichos suspendidos,
me dejaron allí, despierto ya, abandonándome.
¡Oh dulce nido de pájaros!…
Una luz restallante de blancura, en tomo a mis hombros,
me viste todo el cuerpo con sus rayos purísimos:
luz en nada parecida a la penumbrosa luz que, mezclada con sombras,
oscurece nuestras miradas.
Su origen celeste nada tiene en común con la luz de la tierra.
Y una divinidad me sopla en el pecho un algo celeste y desconocido,
que corre por mí como un río.
Y las palomas volvieron trayendo en su pico una corona de laurel trenzada
semejante a la de Apolo cuando pulsa con los dedos las cuerdas;
y cuando con ella me ciñeron la frente ,
el cielo se abrió y, ante mis ojos atónitos, volando sobre una nube áurea,
el mismo Febo apareció, ofreciéndome con su mano el plectro armonioso,
Y escribió sobre mi cabeza con llama celeste estas palabras:
«SERAS POETA»…
Al oírlo, por mis miembros resbala un calor extraordinario, del mismo modo que, en su
puro y luciente cristal, el sol enardece con sus rayos la límpida fuente.
Entonces, también las palomas abandonan su forma anterior:
el coro de las Musas aparece, y suenan suaves melodías;
me levantan con sus blandos brazos,
proclamando por tres veces el presagio y ciñéndome tres veces de laureles.
Emilia Ayarza
TESTAMENTO
I
Hijo mío:
alguien te dirá: «tu madre ha muerto»
y mi muerte vendrá
y nadie pensará en la muerte.
Una tibieza de mano se alzará en tu frente
y por tus ojos de agua y muy adentro
se alzarán mis palabras como estatuas.
Dirás entonces —madre— y tu lengua como espejo
repetirá mi forma.
Tomarás en las manos mis cosas y mis libros
y sentirás en el cuello las cadenas
que se quebraron al llegar la muerte.
Sobre mi mesa un poco de vino ya sin sueño
olvidará entre la copa su potencia de uva defraudada.
Dos cartas, tres desvelos, una muerte
viajarán por mi lámpara.
Una rosa vendrá desde el aroma
para fijar el amor entre mi nada.
Y estará todo sereno.
(Habrá un murmullo quizás de viento deshojado…)
Abrirás entonces las ventanas.
Un claro novilunio dirá tren, barco o infinito.
Un lento dios irá de mi voz a tu silencio.
Y alguien te recordará:
«tu madre ha muerto»
y casi árbol mi piel desesperada
hará que los besos huyan de las frutas.
Dirás:
«Todo tuvo y nada poseyó.
Soles negros pasaron por sus sienes
oscureciendo la llama de sus bosques.
Anduvo siempre sola entre las multitudes.
Su terrestre piel por las raíces
se adentraba hasta el pecho de los ruiseñores.
Y por la madrugada en el rocío
hacía su viaje transparente y puro
para poner su llanto entre la hierba».
Pensarás:
«La pálida bahía de su frente…
Sus ojos de sombra más adentro
que la luz de su propio resplandor.
Su nariz, su cuerpo grande,
la risa cromática
como un collar que se rompiera
al borde de una escalera de metal».
Y gritarás:
«Elegida del Silencio.
Favorita del caos.
Transeúnte de la nada.
Huésped de un ser desconocido.
Madre que partes de mi carne:
¡sólo mi cuerpo morirá tu muerte!».
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Mario Trejo
LABIOS LIBRES
Al cabo de las tierras y los días
de horarios y partidas y llegadas
y aeropuertos comidos por la niebla
enfermo de países y kilómetros
y rápidos hoteles compartidos
Luego de esperas
prisas
y rostros y paisajes diferentes
y seres encandilados por el olvido
o abiertamente besados por la vida
Después de aquella amada
y esa otra apenas entrevista
mujeres cogidas por mi soledad
y ahogadas por las bellas catástrofes
Luego de la violencia y el deseo
de comenzarlo todo nuevamente
y los errores
y los malentendidos cotidianos
y los hábitos torrenciales del trópico
y noches acariciadas por el alcohol
y tabaco fumado con tanta incertidumbre
Al cabo de un nombre que no me atrevo a decir
y de alguien que yo llamaba Irene
de cierta voz
cierta manera de clavar los ojos
al cabo de mi fe en el entendimiento de los hombres
y en el corazón de ciudades y pueblos
que nunca sabrán de mí
Luego de tanta tentativa de huirme o enfrentarme
y comprender que estoy solo
pero no estoy solo
al cabo de amores corroídos
y límites violados
y de la certidumbre de que toda la vida
no es más que los escombros
de otra que debió haber sido
Al cabo del hachazo irreparable del tiempo
sólo puedo blandir estas palabras
esta obstinación de años y distancias
que se llama poesía