Continuando con la lectura de Carilda Oliver Labra y su libro Antología de la poesía heroíca y cósmica.
MADRE MÍA QUE ESTÁS EN UNA CARTA
Madre mía que estás en una carta
y en un regaño antiguo que no encuentro,
quédate para siempre aquí en el centro
de la rosa total que no se aparta.
Madre mía que estás tan lejos, harta
de la nieve y la bruma, espera, que entro
a ponerte a vivir con el sol dentro,
madre mía que estás en una carta.
Puedes darle al misterio alguna cita,
convenir con las sombras hechiceras;
puedes ser una piedra que se quita
o secarte ahora mismo las ojeras;
pero acuérdate, madre, de tu hijita
¡no te atrevas a todo, no te mueras!
II
Trato de hallar aquella luz
que apenas
canta en el vientre necesario
donde nací a la vida,
pero pareces sólo un eco
que brota de la tierra cuando llueve.
Registro los anones, las vidrieras,
el delantal que no olvidó tu música,
y nada encuentro sino un miedo
a que te vuelvas de ceniza.
Pregunto por tus ojos
-amanecían más que el mismo cielo-,
invento tus arrugas
-pues sí que son estalactitas
de mucho que las quiso el tiempo-.
Sólo es verdad que te perdiste y sigo
buscando por rincones
y que hasta en los cadáveres espío.
Yo te digo que no, pero era Cuba.
Me estabas invitando a tanta nieve
sin saberlo.
¿,Qué hubiera hecho sin el sol,
mamá juiciosa entre frituras,
cocinando siempre?
Si a mí esas uvas no me dicen hija
y en cambio quedo lela ante las palmas;
me da suerte la aurora
con su repunte de sinsontes…
Mamá,
vuelve con el terral, entra en el tiempo,
aprovecha el milagro de la tarde:
te cogerá la mano zurcidora
aquel olor a piña,
has de encontrar en tu zaguán la areca
que se secó de echarle lágrimas.
Mamá
no pelearemos,
me pondré los vestidos de la infancia
que tú quieras.
Aún respeto
el lugar en donde reposabas los cubiertos,
el almanaque del sesenta y cinco
que en la pared del cuarto hace una mueca
de ternura.
No sé cómo decirte
que el comején ya terminó tu cama
y que el espejo, de no verte nunca,
se ha puesto ciego y no le asusta ni el relámpago.
Mamá,
los balancines
de aquella linda mecedora tuya
le han dicho sí a la muerte.
Pero yo te he cuidado esas agujas con que hacías
enredos de colores,
el perfume que alzaste en las cazuelas
y aquel dedal tan único,
aquel dedal de plata
donde cabían los sueños de tu esposo.
Ay, no te digo viuda
porque papá está aquí guardado entre los libros.
¡Qué broma tan radiante cuando salga!
Ahora sigo siendo libre,
y como siempre pobre, enferma,
atolondrada.
Mamá,
te compraré otro piano.
Si cuando llegues falta el queso,
la almendra falta,
te haré algún caldo fabuloso
con el amor y con su cáscara.
Y nos iremos a encontrar sorpresas,
te enseñaré unos eucaliptos inmortales,
el pueblo que aromó su peripecia;
y tú,
devuelta al tomeguín,
te harás un solo nudo con mi tierra
como una madre que abrazó a otra madre.
De Antología poética
LA CEIBA ME DIJO TÚ
No sé qué paso equivoco
cuando el crepúsculo rima
su color que me lastima
con este esqueleto loco.
No sé qué sucede. Evoco
los juegos de mis hermanos
-hogar en tiempos lej anos,
familia feliz entonces-
y van cayendo los bronces
de campanas, los veranos
persistentes, lenta hora
de la lección, aquel trompo
que con mis lágrimas rompo;
siempre la luz turbadora
vuelta rayo de la aurora
que, madre, en tus ojos vi.
Bordo el pasado y así
toda mi infancia cayendo
como un dado azul, tremendo,
va a parar al Yumurí…
¿Por qué sacarla del río
si se han muerto mis muñecas?
Remolino de hojas secas
me dan miedo, me dan frío…
Que lo verde ya no es mío;
juventud, no te detienes,
sólo en retratos me tienes,
uso una cinta con nada;
el rostro de enamorada
ya platea por las sienes.
Y pasaron tantas cosas
-abuela fue la primera
en volvérseme de cera-
que olvidé mirar las rosas.
¿Ves, padre? tus poderosas
hambres de luz van conmigo,
te siento cerca del trigo;
cuando me pongo cobarde
y no te encuentro en la tarde
con memoria te persigo.
Vida, vida, no te vayas;
no te vayas, vida, vida,
que no estoy arrepentida
de verme entre guardarrayas.
Soy feliz en estas playas
con libertad, sin dinero.
¡Ay, vida, si yo me muero
habrá en el valle una pena,
menos mar, menos arena
quemándose en Varadero!
Por eso dije, perdida
entre el ayer y el futuro:
no soy un cadáver, duro,
tengo el puño, la mordida.
Asumiendo al fin la vida
-más alma que carne bells-
sin ¿dónde estuve? ¿es mi huella?
deshice el pasado roto.
Mitad fango, mitad loto
me puse frente a una estrella.
Escuché entonces distantes
rumores: mocha, sijú;
la ceiba me dijo tú
en hojas volando errantes.
Hizo el rocío diamantes;
un ritmo a bolero, a son,
un gusto a caña y anón
me dio hambre, me dio sed,
y tuve gracia y merced
y hasta un nuevo corazón.
Cuba, Cuba, con qué vuelo
limpias luto, me haces clara.
¡Si me fundaste la cara
en propia luz de tu cielo!
Cuido esa gloria, te velo
como a madre y poesía.
Y tengo lo que quería:
alzarme aquí de simiente,
sentir tu sol en mi frente,
ver la palma abriendo el día.
De Antología poética
LOS ENCUENTROS
I
A veces va una por la calle, triste,
pidiendo que el canario no se muera
y apenas se da cuenta de que existe
un semáforo, el pan, la primavera.
A veces va una por la calle, sola,
-ay, no queriendo averiguar si espera-
el ruido de algún rostro que se inmola
nos pone a sollozar de otra manera.
A veces por la calle, entretenida,
va una sin permiso de la vida,
con un hambre de todo casi fiera.
A veces va una así, desamparada,
como pudiendo enamorar la nada,
y el milagro aparece en una acera.
II
Sí, la noche te trajo. Yo, dorada,
prosa, casto limón, convaleciente
del último quizás de tu mirada,
bajé por la ternura de repente.
¿Qué hiciste entonces con tu boca urgente
en mi mano de libro y enramada?
¿Trataste como un gajo del poniente
la mano que me sigue iluminada?
No sé. No sé enterarme de este asunto.
No sé. No sé: me conmoví despacio.
(Quede la sinrazón por testimonio.)
Pero recuerdo que a las nueve en punto
rodó ya carcomido en su palacio
mi corazón de estatua y de demonio.
III
Saliste tú y no el sol, de mediodía
pues llamo al imposible por su nombre.
Parado en el camino como un hombre
eras casi la luz que me insistía.
Tu casa estaba por lo sola, fría,
y cuando nos besamos tuvo un ala
que aún debe andar volando por la sala.
Dije que no, que tumba, que venía
un porvenir de arañas, y de acero.
Dije que no, que no, lo dije, pero
la lluvia es una lágrima tan bella
(siempre ha llovido donde muero y paso)
que hubo el silencio del amor acaso
y entre mis muslos progresó la estrella.
IV
(Dátil de tu mirada, gloria justa.)
Mañana volverá la primavera.
(En tus uñas de niño me perdiera.)
Mañana volverá la fiebre augusta.
Mañana volverá nuestra emboscada
de besos milenarios y futuros.
Mañana -pienso- y se me vuelven puros
los vicios de esta carne enamorada.
Mañana tengo cita con tu aorta.
(No me importa la bruma, no me importa:
ya puedo hasta volverla transparente.)
Mañana bajo nubes, bajo hierros,
nos amaremos desusadamente
como profundos astros, como perros.
De Sonetos
JUEVES
Cogí un recuerdo para soportar la fatiga,
pasé la página de mi libreta
y escribí: te amo.
Pero era para no enseñar a todos mi puñal.
(Váyanse a la madre que los parió,
ustedes quieren regalarnos
una sentencia de muerte,
ustedes nada saben del hombre;
métanme presa,
no importa:
pintaré en las paredes de la cárcel).
Así ha pasado el jueves.
Huí al campo,
pero no era como lo hizo Van Gogh:
llovía,
los pájaros se fusilaban unos a otros;
la tarde sirviendo qué postal estupefacta.
En fin, no queda otro remedio
y vine para casa.
Aquí arden los rincones
y no ha llegado la orden de alzamiento,
los mosaicos de mármol forman luto,
ponen la radio,
no hay teléfono para comunicarse con el absurdo,
guisan lentejas,
me desnudo.
Comprendo que es jueves,
entonces salgo.
Los ómnibus están llenos, camino
sonambulescamente,
fracaso en un semáforo;
aunque eso sí me da la noche con sus astros,
y cuando iba a sonreír
por casualidad
o porque Dios nos tiene siempre asco:
apareces
como un personaje de Deschau.
Te articulas a mi podredumbre,
el tedio entumece las corbatas,
el hambre se te ha vuelto una tira ignomoniosa.
Por venganza
en un descuido,
te adornas con el hueso
de tu hombro poliomielítico.
Verdad que es jueves,
que hay que orinar contra las ceibas.
Montamos el mismo cerdo de tortura,
tenemos la exacta humildad de locos atropellados,
te miro flamear sobre la mesa del café:
debajo duermes.
Ya no te pareces al as de bastos,
tiemblo,
nace el vino,
das un tropiezo con mi tristeza
y vuelves los ojos al humo sin desquite.
(¡Amor mío: vamos a suicidarnos!)
De pronto el crepúsculo suelta un arcoiris
y mordemos la vida.
No sé qué más ocurre
aparte del jueves.
Me pones en un automóvil
con la misma ternura que comemos peces en el almuerzo
y quizás me he muerto cuando das órdenes:
llévela a su casa;
vive en la otra cuadra de mi suerte.
Luego se me tupe la pluma con esta lágrima.
(1958)