CARILDA OLIVER LABRA
Antología de la poesía heroica y cósmica
LA LÁGRIMA
Como agua pequeñita, como aurora
resplandeciendo así sobre la cara,
como un signo de Dios que se secara
para borrar su marca ya incolora.
Como un cristal alegre que demora
sobre mi piel su transparencia rara,
somo un hilo de mar que me tocara
o un rocío sin fin en cada hora.
Como espejo que siempre me mirara,
como una estrella diluida y clara,
como gota de lluvia no sonora,
como un brillante pálido que amara
este dolor que tapo con la cara
se me cae una lágrima que llora.
De Sonetos
RECADO
Amor, amor de aquí : pásame el brazo
por la cintura. Amor, toca esta frente,
di una frase vulgar, casi inocente,
ríe, ríe después… Tengo un retazo
de sol bajo la tela de mi hombro.
Arráncalo de ahí, dáselo a un nido.
Llora como si ya te hubieras ido,
y cállate en el punto en que te nombro.
Amor, amor, ¡sujétame esta gota!
(¿Verdad que se parece a la mar rota`?)
mi corazón para la luz se cierra.
Al sur de todo vengo abandonada.
Deténme: estoy muriéndome por nada,
arrepentida de mirar la tierra.
De Antología poética
LIRAS
En esta noche rara
donde la luna es un antiguo prisma
y el alma se declara
en su fulgor que abisma,
voy pareciendo madre de mí misma.
Ajena a otro consuelo
que este de imaginar que andas conmigo,
creyendo que en desvelo
bajaste desde el cielo
y que sirvió la niebla de testigo.
Aburrida entre cosas,
no encuentro ocupación de más dulzura
que cortar unas rosas
saludables, piadosas,
y ponerlas a doblar tu hermosura.
Así voy comprendiendo
que me sobra para siempre mirada.
Es un dolor tremendo,
una vieja punzada,
el oficio de buscarte en la nada.
(1983)
De Antología poética
PIERDE EL AMOR
México sigue lo mismo:
la meseta clara y verde
y un águila que se pierde
por allá, sobre el abismo.
Popocatépetl con nieve,
Iztaccihuatl soñoliento,
pájaro alegre en el viento,
cielo de todos no llueve.
Campanas desde la torre
de la vieja catedral.
Juana ha probado la sal;
la sangre apenas le corre.
Porque mirando la tarde
no mira ni lo que mira,
mira aquello que no mira:
una pena que le arde.
Hacia allí, hacia la rosa
entrometida en el pecho
vive un alfiler derecho
con la punta dolorosa.
México sigue feliz,
distante a su alrededor:
la plaza, el pulque, el maíz,
la selva llena de olor,
y los virreyes que vienen
y los virreyes que van
y niños que tienen pan
y niños que no los tienen.
A Juana el luto la toca
de tan ácida manera
que por no reír, afuera
se le ha borrado la boca.
Ya no hay que hacer aquel traje
blanco, blanco como un ala.
(Una lágrima resbala
y se vuelve del paisaje).
Ya no hay que cambiar anillos
delante de un capellán.
Los besos se le pondrán
por no usarlos amarillos.
Está saliendo una tuna,
acaso la enredadera
eche un capullo de cera
y se derrita la luna.
¡Qué vacío el de sus ojos!
¡Qué soledad por sus manos!
Y cerca están los manzanos
y los claveles tan rojos…
De Biografia lírica de
Sor Juana Inés de la Cruz