CANTO A MARTÍ
Martí es la palabra que llega de todos los montes,
de todas las cruces calladas arriba de todos los muertos,
de todos los ríos,
de todos los páramos, de todos los pueblos abiertos,
de todos los hombres bravíos…
¡Martí!
Martí es la palabra precisa, la ola que acude del mar,
la verdad de siempre, la estrella de aquí,
el salmo a cantar,
el nombre que sale de la hierba pura
y va en las carretas
de músicas quietas
y va en el rocío de la noche entera, doblada y oscura.
Bendita la cuna de José Martí.
Bendita la calle de Paula.
Bendita su lengua inocente, su sueño rubí.
Bendito el pupitre que tuvo en el aula;
su primer caballo, su pluma de niño, su frente con frente,
la carta a su madre Leonor
y el soneto aquel cuando adolescente…
¡Bendito sea el beso que estrenó su amor!
Hace falta un trueno, un múltiple grito, una diana aparte,
una catarata de ruidos violentos y de frenesí;
hace falta el fuego para saludarte,
amado Martí.
Hace falta un verso, un débil suspiro,
un silencio habido como de la muerte,
el pétalo suelto de un pobre alelí,
para comprenderte,
amado Martí.
Doliendo el tobillo,
estabas aquí en las Canteras casi sin estar.
Miraba tu extraña mirada con brillo
un sueño más grande que el mar.
Y fue como un beso fragante en tu pierna la marca del hierro,
un beso de Cuba caída;
un beso fue siempre la diáfana herida
allá en el destierro.
Contigo la patria distante,
la patria pequeña como un diminuto paisaje de arroz,
la patria incesante.
Crecía, crecía tu voz…
Tu voz transparente, en roncos clamores de fraternidad
tu voz que mantuvo asombradas las calles,
tu voz más inmensa que la inmensidad,
que rompe montañas y mueve los valles,
tu voz que no ha muerto como la verdad
y es trompeta alegre, caricia sonora, tropel y centella
y flor sin edad.
Oídla en las noches de Cuba.
No hay otra más dulce que ella.
Le dice a la caña que suba,
nos manda señales de estrella…
Oídla en la palma.
¡Oídla vibrante, fogosa, enorme y eterna durando en el alma!
Agita las nubes dispersas,
reúne volcanes, reparte aguaceros furiosos,
agolpa crisálidas tersas,
metales gloriosos.
Entrando en los días
retumba imponente, sin mengua…
(por las selvas nuestras largas y sombrías
aún vive su lengua).
Su voz era un trueno,
una campanada de azul repetido,
un interminable martillo sereno,
un río encendido.
Oídla: en la brisa de Cuba se mece.
¡Oídla: está aquí!
De Lincoln o Sucre parece;
¡pero es de Martí!
Martí, el milagroso,
el bueno, el rebelde, el audaz,
el maravilloso
el hombre tremendo que hacía la guerra por hacer la paz.¿Qué fértil regalo, qué dolor rotundo
no estaba latiendo en su voz?
¿Quién quiso más adentro y profundo
que su honda palabra de espiga y de hoz?
¿Qué fue más ardiente, más tenue y sincero
que el alma saliendo a su pluma?
¿Qué fue más de espuma?
¿Qué fue más de acero?
¿Quién tuvo su huerto oloroso, su rubio temblor
sonando a frenéticas lilas?
¿Quién vio más que él sin pupilas,
quién dio más amor?
Su sangre persiste.Su sangre corriendo no acaba,
es una paloma clavada en el aire muy triste,
es un remolino de pólvora y lava.
Vuelve desde todos los blancos confines,
cruza por la calle;
melancólicamente podrían decirla violines
con música extraña;
y está, sin embargo, más bien entre sordos suspiros de tierra,
de torrentes presos en un desgarrado jardín.
Lo dice la furia de un círculo hosco de hiel que se cierra;
lo dice un estruendo sin fin.
Toca una campana, hierve un centelleo,
la bandera pasa como un huracán,
y, Martí, te veo:
Los áureos soldados detrás de ti van
con himnos, sudores, armas y mochilas;
las ropas ya viejas,
las carnes dolientes, firmes las pupilas,
el humo por cejas;
los bravos soldados de la insurrección,
los innominados, los tercos, los fuertes, los inaccesibles,
los grandes, los bellos, los de corazón,
los incontenibles
hombres que alumbraron la Revolución.
Aquí van sus botas, sus recias pisadas,
sus rudas perennes marchas repetidas,
por pueblos, bateyes y zarzas moradas;
sus huellas unidas
como una eclosión de alboradas.
Se quedaban todos estáticos, mudos,
oyéndote hablar;
y luego inmortales, grandiosos, gallardos, heroicos, desnudos,
salían por Cuba a morir y matar.
Martí de pelea y de fragua,
de estallido y beso, de estrella y de agua,
de mangas gastadas por los codos puros;
de grave madera, de planta llovida;
Martí de los ojos maduros,
Martí de la vida
constante, solemne, dura, consagrada;
Martí el de la escuela y el del campamento,
de estrofa y latido, de carne y de astro,
de antorcha en el viento,
Martí de alabastro.
Maestro de niños y libertadores:
la patria es la patria por ti.
Honor a la mano que firmó fulgores
allá en Montecristi. ¡Honor a tu mano, Martí!
Te oyeron pasar los palmares,
las ciénagas vírgenes, la sed, los bohíos,
los mangos dorados, los verdes rocosos y los espinares,
con rumbo a Dos Ríos.
Ibas como un sueño en cabalgadura,
tramando tu absurdo, perfecto delirio,
con esa dulzura
del que está tocando la forma de un lirio.
Y la noche oscura
sobre tu caballo, sobre tu martirio
era una fantástica, fatal vestidura.
Estabas tan pálido, tan grande, tan alto,
tan hondo de fiebre, tan de primavera,
soberbio, esperando en la espera
el asalto.
Banderas, soldados, corceles, clarines,
ayunos, victorias, proclamas,
heridos y enfermos: trajines
de hombres que mueren sin camas.
Y arengas y tumbas y pólvora y ruido,
y fuegos y cargas y toque al degüello,
y tú, como un simple poeta perdido
en medio de aquello…
Martí necesario,
vidente, dueño de las alas,
profeta buscando un sudario
de balas.
¡Qué gota de sangre la gota primera,
como una amapola naciendo,
como un corazón de bandera
tremendo… !
Dos Ríos,
el campo tocado por duelo inmortal,
se quedó de pronto con nidos vacíos
y flores de sal.
Tu palabra siempre será la más viva, despierta campana.
Y las cañas leves, dulcísimas,
lentas han de saludarte
con su gracia hermana.
Dirán que regresas hermoso de todas las lóbregas rutas,
que tienes el alma más verde
qué todas las frutas,
que eres la luz tropical que no pierde
resplandecimiento viajando por grutas;
que estás… No te has ido: renaces del pan y del suelo.
Rezamos tu nombre, Martí;
Tu sombra es la sombra del ciely las rosas blancas ya huelen a ti.
Laureles y versos y sollozos míticos y sones ardientes
dirán que tu frente se ha vuelto un milagro infinito de frentes;
dirán que aún caminas, que aún te levantas
desde un insondable lugar solitario de semillas santas;
que vienes de nuevo hasta aquí;
que estallan cañones y bélicos gritos y chispas de guerra,
y salta un clarín de la tierra
cuando alguna palma sacude en los aires tu nombre,
¡Martí!…
CARILDA OLIVER LABRA