Una mano del tamaño del odio
En el gran espejo del mundo
en el que todos nos miramos
podemos ver -en continuo movimiento-
una mano del tamaño del odio.
Que -como si de un director de orquesta se tratara-
pretende dirigir el destino
de un mundo ya convulso.
Mundo en constante movimiento.
Escenario incierto para el drama
donde el final feliz no tiene lugar.
Mano creadora de acciones hostiles
que hace que -al mirarme en el espejo-
tenga miedo de mi misma.
Ruidos de golpes que estallan
en un mundo ya perdido
que se intenta liberar.
Buque que no encuentra otro destino
que no sea defenderse de un hermano
que lucha por encontrar la paz.
Dolores Granados
Una mano del tamaño del odio
Una mano del tamaño del odio
se extiende
mar del tiempo
antifaz de dulzura y delicadeza
serpiente bajo las flores.
Sumisa,
risueña,
deslizándose en aguas profundas
retorna, se agita
revienta.
Jeil Parra
Una mano del tamaño del odio
Aquella pérfida mañana marchaste,
el amor fue gota, el cielo odio,
la boca esperaba en vano que creciera el laurel.
Palabras, ovillos de servidumbre,
sueño en los ojos
que se inundaron de albahaca.
Sueños… eras Neptuno
tu cuerpo esbelto,
olas y rocas a tus pies.
Sucedieron otros versos
con el goteo incesante de la clepsidra.
La pasión suscitó nuevos encuentros.
Ahora entendí que el amor
es un cerezo que se abre
a la primavera del verbo.
Que el odio es una palabra
que en mis manos teje
urdimbres de adjetivos.
Ahora sé que no te odio,
que tus ojos verdes eran los míos
y que Neptuno era ese espejo
que hoy, cansado, es un adverbio de tiempo.
Ana Barletta
Una mano del tamaño del odio
A veces vienen las palomas
a ocultar la cara de las estrellas
y permiten que un hondo
abismo de eones desaparezca
por periodos de bosques insepultos.
Son las rutinas de la historia
en pergaminos, donde las listas de espera
de los hambrientos de poder
ejercen su violencia destronando
los pistilos de los cometas
sin camino definido.
Centellea la curvatura de lo humano
en el horizonte caído,
como si un látigo feroz
hiciera tumba donde se decidió
el anhelo de un sol liberado.
Se rompieron los tímidos acuerdos
por si llegaba la aventura
de labios y caderas
hilando besos desaparecidos
con estambres de algodón
y muslos de esmeralda de brocato,
rodeando los pistilos
de un azul aroma en vida de cereza
y su tibio compás de luceros lascivos
cuando el hueco del verso
desnuda su soledad hiriente
en un tango estremecido.
No, no quiso ser aprendiz
de la mirada de Oriente,
persigue su milagro inalterable
con alfileres desolados,
intenta robar la música
de su peñasco milenario
con su mano del tamaño del odio.
Mariví Ávila
Una mano del tamaño del odio
Él, me vió feliz
Cantando.
Habría visto en mí
Una mano del tamaño del odio?
Era grande como un vacío
Que dejó en suspenso el amor,
Tan grande como la pobreza
De un alma queriendo ser Dios.
El hastío nublaba aquella mirada sedienta
El agua fue envolviéndolo todo
La mirada perdida, el vacío, el fuego que no es luz
Sino llama que consume.
Nos encontramos,
Nos decimos adiós
Y ya con las huellas
A la orilla de mi mar,
Soy de ella, desnuda del odio,
De mi amor apasionado,
Hija del mar, del viento, del sol
De todo lo que nace
Por cuanto algo hubo que dejar de vivir.
Arelis Juárez
Una mano del tamaño del odio
Una mano del tamaño del odio
no puede apoderarse de los pájaros
ni del viento.
Una mano, maldita,
hundida en el infierno voraz,
apenas puede
con la volatilidad de los hombres.
La Oscuridad
puebla algunos peces terrestres,
danza entre colgajos arbóreos
succionando, desde lo más hondo,
momentos crepusculares.
Hordas de manos empapadas de sangre,
y almas dañadas con guerra innecesaria
miden los pensamientos mundanos,
donde van a morir
unos ideales cuajados de antigüedad inmunda.
Tablero de ajedrez marchito,
su mundo se hunde por el costado más débil
sin escuchar los gritos del infierno,
sin rescatar lo humano del hombre.
Y esos ojos sanguinolentos,
esos pasos oscuros
no pueden agarrar las flores,
no pueden violentar lo que trasciende.
Es una declaración de intenciones
porque la agresión habita en el silencio
y en las bombas.
Sobran las reglas para medir el odio,
se derriten las velas esperando que amanezca la cordura,
y en la última mano de póker que se juega,
se ven las cartas bastardas que agonizan.
En un nuevo despertar del tiempo,
es la palabra la que deslumbra.
La pluma contra la espada,
contra la letalidad impertinente.
La mano cargada de odio
se detiene,
se acobarda,
se desintegra
cuando dos bocas
se encuentran.
Mariana García Guschmer