Instrucciones últimas
Ezra Pound. Estados Unidos de América, 1885.
Venid, canciones mías, expresemos nuestras pasiones
más bajas,
expresemos nuestra envidia del hombre con trabajo
estable y sin preocupación por el futuro.
Sois muy perezosas, canciones mías.
Temo que acabaréis mal.
quedáis por las calles
holgazaneáis en las esquinas y las paradas de autobús,
hacéis prácticamente nada.
Siquiera expresáis la nobleza de nuestro carácter,
vais a terminar pero que muy mal.
yo?
he vuelto medio chiflado,
hablado tanto con vosotras que
casi os veo aquí conmigo,
pequeñas bestias insolentes, sin vergüenza, totalmente desnudas!
Pero vosotras, canciones nuevas del montón,
sois lo bastante viejas como para haberos portado
tan mal,
traeré una chaqueta verde de China
con dragones bordados,
traeré los pantalones de seda escarlata
la estatua del niño Jesús en Santa María Novella,
para que no digan que nos falta gusto
que no hay casta en esta familia.
Cuando mis labios se cansen
Germán Pardo García. Colombia, 1902.
Cuando mis labios se cansen, porque también los labios sienten
sideral fatiga,
imitaré a los vagabundos:
pondré sobre los hombros mis grises pertenencias,
y seguido por un cortejo de azules moscas
y canes indigentes,
me alejaré por un suburbio triste, sacudiéndome el polvo
de la vida y los astros,
hacia un amarillo bosque
donde mi espíritu no sufra;
hacia uno de esos maravillosos bosques
otoñales,
a soñar.Me habré cansado ya de hacer surgir el sol,
cual Orfeo
al resonar de mi silvestre cántico,
y no convocaré ciervos ni alondras
para cantarles mi pasión de vida.
El arpa polífona será monocorde leño,
o estará rota y olvidada.
Sin ella ambularé sordo y cegado,
pues con sus cuerdas excitadas oigo
y sus sentidos espumantes veo,
mas no podré escuchar ni percibir entre las
nubes,
la cabellera de Eurídice pasando.¡Ya para qué la luna, amiga siempre ecuánime,
y el prestigio de los luceros
y la soberbia de Saturno!
Me abasteceré de cualquier limosna aérea;
del hurto a frutales cultivos
o del casual encuentro con otro celeste vagabundo.
¡Viviré de astrales misericordias,
yo, el usurpador de un laurel dinástico
que en un jardín de celuloide brilla!
¡Yo, un divino haragán!¡Qué fácil no sentirme fundador de un imperio danzanteregido por arrebatadoras músicas,
ni organizador de nuevas y azules jerarquías!
¡Qué cansancio,
y qué alivio
no sentir al Misterio gravitar en mis hombros!
¡Yo, un vagabundo del espacio,
estaré en el final de mi carrera!Inútiles las preguntas incesantes: ¿qué he sido,
qué perturba mi calma, qué mi nombre fustiga?
¿Habré llegado al preciso límite
donde la soledad se vuelve música?
¡Para qué preguntarlo, si ya el sueño me agobia
con el último sueño!Bostezaré como el vagabundo
cuando se acuesta entre su séquito de moscas y de canes.Consultaré a las nubes: ¿será larga la noche
que arropará mi pródigo descanso?
¿Nadie entendió en el mundo
que fue solar mi vagabundería
y el lodo gris de mis zapatos, hímnico?
Volveré a bostezar cósmicamente
y a decir: ¡hasta pronto, jilgueros,
y vosotros, vulgares amigos!
Mas, antes de dormirme para siempre,
formaré con espartos y sucios cordones,
un arpa humilde, un arpa,
y la dejaré sobre mi pecho para que ahí,
tendido,
vuelto a la vagancia eterna,
el viento cante y cante
sobre mi ser y mi vestido astroso;
y el sol, por mí siempre invocado,
retorne y cante
y cante
sobre mi paz de taciturno Orfeo,
porque yo soy el pulsador de universales
cítaras.
Revelación
Rosario Castellanos. México, 1925.
Lo supe de repente:
Hay otro.
Y desde entonces duermo solo
A medias
Y ya casi no como
No es posible vivir
Con ese rostro
Que es el mío verdadero
Y que aún no conozco.
En paz
Amado Nervo. México, 1870
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Hombres necios
Sor Juana Inés de la Cruz. México, 1648.
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
Me dueles
Jaime Sabines. México, 1926.
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Entre los escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj
Julio Cortázar. Bélgica, 1914.
Piensa en esto
Cuando te regalan un reloj
Te regalan un pequeño infierno florido
Una cadena de rosas
Un calabozo de aire
No te dan solamente el reloj
Que los cumplas muy felices
Y esperamos que te dure
Porque es de buena marca
Suizo, con áncora de rubíes
No te regalan solamente ese menudo picapedrero
Que te atarás a la muñeca y pasearás contigo
Te regalan, no lo saben
Lo terrible es que no lo saben
Te regalan
Un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo
Algo que es tuyo, pero no es tu cuerpo
Que hay que atar a tu cuerpo con su correa
Como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca
Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días
La obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj
Te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías
En el anuncio por la radio, en el servicio telefónico
Te regalan el miedo de perderlo
De que te lo roben,
De que se te caiga al suelo y se rompa
Te regalan su marca
Y la seguridad de que es una marca mejor que las otras
Te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes
No te regalan un reloj
Tú eres el regalado,
A ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
El camino de nuestra casa
Evaristo Carriego. Argentina, 1883.
Nos eres familiar como una cosa
que fuese nuestra, solamente nuestra,
familiar en las calles, en los árboles
que bordean la acera,
en la alegría bulliciosa y loca
de los muchachos, en las caras
de los viejos amigos,
en las historias íntimas que andan
de boca en boca por el barrio
y en la monotonía dolorida
del quejoso organillo
que tanto gusta oír nuestra vecina,
la de los ojos tristes
Te queremos
con un cariño antiguo y silencioso
¡Caminito de nuestra casa! ¡Vieras
con qué cariño te queremos!¡Todo
lo que nos haces recordar!
Tus piedras
parece que guardasen en secreto
el rumor de los pasos familiares
que se apagaron hace tiempo Aquéllos
que ya no escucharemos a la hora
habitual del regreso.
Caminito
de nuestra casa, eres
como un rostro querido
que hubiéramos besado muchas veces:
¡Tanto te conocemos!
Todas las tardes, por la misma calle,
miramos con mirar sereno
la misma escena alegre o melancólica,
la misma gente ¡Y siempre la muchacha
modesta y pensativa que hemos visto
envejecer sin novio resignada!
De cuando en cuando, caras nuevas,
desconocidas, serias o sonrientes,
que nos miran pasar desde la puerta.
Y aquellas otras que desaparecen
poco a poco, en silencio,
las que se van del barrio o de la vida,
sin despedirse.
¡Oh, los vecinos
que no nos darán más los buenos días!
Pensar que alguna vez nosotros
también por nuestro lado nos iremos,
quién sabe dónde, silenciosamente
como se fueron ellos.