La lágrima
Jaime Gil de Biedma. España, 1929.
No veían la lágrima. Inmóvil en el centro de la visión, brillando, demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre, inmensa, decían que una nube, pretendían -querían no verla sobre la tierra oscurecida, brillar sobre la tierra oscurecida. Ved en cambio los hombres que sonríen, los hombres que aconsejan la sonrisa. Vedlos presurosos, que acuden. Frente a la sorda realidad peroran, recomiendan, imponen confianza. Solícitos, ya ofrecen sus oficios -y sonríen. Son los hombres de la sonrisa. Sonríen, sonríen -y no duele. Son los viles propagandistas diplomados de la sonrisa sin dolor, los curanderos sin honra. (La lágrima refleja sólo un brillo furtivo que apenas espejea. La descubre la sed -apenas-de los ojos sobre los doloridos utensilios humanos -igual como descubre el río que, invisible, espejea en las hojas movidas-, pero a veces en cambio, levantada, manifiesta, terrible es un mar encendido que hace daño a los ojos y su brillo feroz y dura transparencia se ensaña en la sonrisa barata de esos hombres ciegos que aún sonríen como ventanas rotas.) |
He ahora el dolor de los otros, de muchos, dolor de muchos otros, dolor de tantos hombres, océanos de hombres que los siglos arrastran por los siglos, sumiéndose en la historia; dolor de tantos seres injuriados, rechazados, retrocedidos al último escalón, pobres bestias que avanzan derrengándose por un camino hostil sin saber dónde van o quién les manda, sintiendo a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello y en la nuca ese vaho caliente que es el vértigo del instinto, el miedo a la estampida, animal adelante, hacia adelante, levantándose para caer aún, para rendirse al fin, de bruces, y entregar el alma, porque ya no pueden más con ella. Así es el mundo y así los hombres. Ved nuestra historia, ese mar, ese inmenso depósito de sufrimiento anónimo, ved cómo se recoge todo en él –injusticias calladamente devoradas, humillaciones, puños a escondidas crispados y llantos, conmovedores llantos inaudibles de los que nada esperan ya de nadie… Todo, todo aquí se recoge, se atesora, se suma bajo el silencio oscuramente, germina para brotar adelgazado en lágrima. |
Del Poema Cara o Cruz León Felipe.
«Yo no soy nadie
Un hombre con un grito de estopa en la garganta
y una gota de asfalto en la retina;
un ciego que no sabe cantar»
Nunca, casi nunca
Miguel Óscar Menassa. Argentina, 1940.
Nunca, casi nunca
Encontré lo que buscaba
Pero me quedaba con lo encontrado.
Llegué a ser millonario de cosas
Y amores que no deseaba,
Pero me daba cuenta
Que esos amores no deseados
Fueron mis más grandes amores.
Y las cosas que encontraba sin buscar,
Las cosas no deseadas, no buscadas,
Fueron y son mi propia vida,
Están en mis poemas, en mi canto.
Me acompañaron todo el tiempo.
Eso que no deseaba ni buscaba,
Eran cosas y amores necesarios.
Yo realmente buscaba, deseaba, lo que no existía.
Defender la alegría
Mario Benedetti. Uruguay, 1920
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
Bajo el cielo nacido tras la lluvia
Jorge Teillier. Chile 1937
Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.
O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.
O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: «álamos», «tejados».
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer,
y el ruido de una puerta cerrándose tras la fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa en calma
sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.
Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huida de toda una estación.
Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.
Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros con los cuales forma brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.
Todo era amor
Oliverio Girondo. Argentina, 1871.
¡Todo era amor… amor! No había nada más que amor. En todas partes se encontraba amor. No se podía hablar más que de amor. Amor pasado por agua, a la vainilla, amor al portador, amor a plazos. Amor analizable, analizado. Amor ultramarino. Amor ecuestre. Amor de cartón piedra, amor con leche… lleno de prevenciones, de preventivos; lleno de cortocircuitos, de cortapisas. Amor con una gran M, con una M mayúscula, chorreado de merengue, cubierto de flores blancas… Amor espermatozoico, esperantista. Amor desinfectado, amor untuoso… Amor con sus accesorios, con sus repuestos; con sus faltas de puntualidad, de ortografía; con sus interrupciones cardíacas y telefónicas. Amor que incendia el corazón de los orangutanes, de los bomberos. Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas, que arranca los botones de los botines, que se alimenta de encelo y de ensalada. Amor impostergable y amor impuesto. Amor incandescente y amor incauto. Amor indeformable. Amor desnudo. Amor-amor que es, simplemente, amor. Amor y amor… ¡y nada más que amor! |
Revolución
León Felipe. España, 1884.
Siempre habrá nieve altanera
que vista el monte de armiño
y agua humilde que trabaje
en la presa del molino.
Y siempre habrá un sol también
un sol verdugo y amigo
que trueque en llanto la nieve
y en nube el agua del río.
Lo cotidiano
Rosario Castellanos. México, 1925.
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.