Selección poetas consagrados 2021.06.05

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Bestia Iluminada

Lucía Serrano. Argentina, 1948.

Yo creía que el mar era siempre violento
y me recostaba en las arenas tibias,
esperando el frío brutal de todos los inviernos.
Yo quería tener fe para amar el aroma
dormido en los encierros.
Desesperada me aproximaba siempre a los barrancos,
esa era la línea de llegada,
y allí, nunca pensé en lo imposible
de toda búsqueda sagrada.
Allí, siempre me hipnotizaba el abismo,
la caída constante,
la falta de voz que me enseñaba.
Allí, la bestia iluminada que vivía conmigo,
me proponía nuevamente la caída,
y era tanta la altura, que yo aceptaba.


Poema para un niño que habla con las cosas

Raúl González Tuñón. Argentina, 1905.

En su lenguaje de pequeños gritos,
de claras risas sueltas, porque sí,
como el trino.
De silencios vehementes.
De interjecciones adorables.
Viajando y preguntando con los ojos.
Radiante como el bebé que posara hace años,
¡muchos años!… para el afiche del Jabón Cadum,
que yo vi en las esquinas de un París inefable,
Adolfo Enrique habla con las cosas,
conversa con las flores de la tela estampada,
con sus juguetes diminutos,
con las navizas de un vecino huerto,
con el durazno en flor pintado
por el viejito Chi pai Shi,
con el duende del techo,
con la dama dormida del sillón
-en la copia del cuadro de Picasso con
un hilo de luz, con una sombra
en la pared, y acaso,
con otro niño igual, pero invisible,
que se llama Futuro,
y hacia él va cantando.

Llega hasta él cantando
entre veletas y panaderías.
Llega hasta él cantando
entre ferrocarriles, entre buques.
Llega hasta él cantando
entre tabernas, entre multitudes.
Llega hasta él cantando
entre gaviotas, entre florerías.
Llega hasta él cantando
entre poleas, entre chimeneas.
Llega hasta él cantando
entre retornos, entre despedidas.
Llega hasta él cantando
entre palomas y guitarras.
Llega hasta él cantando
entre gentes que saben por qué viven y mueren.
Llega hasta él cantando
entre gentes que saben por qué ríen y bailan.
¡Llega hasta él cantando!

El verano plural que estalla en el prodigio
de la Argentina, vio nacer su nombre.
Adolfo, por Adolfo Rodríguez, un romántico,un soñador, un hombre.
Enrique por Enrique, mi hermano, una bandera,
una pasión, un hombre.
El vivo sol de enero vibraba en la vereda.
Y la ilustre León de las ásperas gredas
y el río caudal de la caudal Asturias
y el aire enamorado de morriña y donaire
de las gallegas tierras, corrieron por los finos canales
de su sangre.
Y hacia la noche lo besó la luna.

Toma este mundo, Adolfo Enrique, es tuyo.
Te lo presento (“¡Gracias!”). Cuando yo sólo sea
una querida voz que se ha callado,
un plinto vegetal de enredadera,
un nombre en una lápida, quizás obliterado,
un yuyo del sendero,
has de seguir la marcha hacia el Octavo Día.
Cantando, si tu voz quiere ser canto.
Combatiendo, si sigue la pelea.
Y después, ya maduro, el mundo nuevo
que ayudaste a forjar, verás alzándose
por sobre las montañas del hierro y el cemento
y las fábricas libres y las mieses soñadas
y los puentes calientes y los ríos fantásticos.
Cuando vayas al fondo del destino
y un corazón, crecido con pan, esté esperando.
Toma este mundo, es tuyo. Te lo entrego.
El oficio de hombre es bello y duro.
La calle es ancha y larga.
Su frontera, el recuerdo y el olvido.
Sus horizontes, algo que vendrá.
No es puro idilio, no, pero es real y mágico.
Digno de ser vivido y defendido
y superado y transformado
y andado por caminos de amor hacia la aurora,
de los días risueños y en las tristes jornadas.
Y amado, amado, amado.
Toma este mundo. Te lo doy por nada.
Y pasarán las horas y las horas
y crecerán tus años. ¡Ay, que ninguna pena
destiña la amapola
celeste de tus venas!
Y un mundo más hermoso, más para ti, más alto,
para ti, pequeñito,
porteño estilizado y compadrito,
pero como si fueras
rebrote de torito,
rebrote de torito de Guisando,
pues tu dulzura devendrá tu fuerza.
Gala de Buenos Aires, flor del día,
gajo triunfal de bien plantada madre:
Esta mujer que tiene algo de árbol
(la terca voluntad de hacer de ti,
el capitán de la imaginería,
la madera más noble, el viento más alegre,
perfumado en el sol y la armonía).

Toma este mundo, cuídalo.
Es una cosa seria y es una simple cosa.
Conquístalo, contémplalo, ámalo para siempre,
musical niño mío,
predilecto del pan y de la rosa.

Te lo regalo, es tuyo.
Y te regalo un barco
y te regalo un barco dentro de una botella.
Una bota de vino
que vino del Mesón del Segoviano.
Un farol marinante.
Las golondrinas y las mariposas.
Una sirena anclada en el estante.
La bandalisa de los circos pobres.
La luna en el espejo.
Un mapa, un numeroso y palpitante mapa,
un mapa con las rutas
que siguiera Juancito Caminador, tu viejo.
La Esperanza.
Y una caja de música que traje de la estrella.
Toma este mundo, tómalo. ¡La vida es vasta y bella!
Mira siempre allá lejos, hijo mío… Allá lejos.


Drop a star

León Felipe. España,1884.

¿Dónde está la estrella de los Nacimientos?
La tierra, encabritada, se ha parado en el viento.
Y no ven los ojos de los marineros.
Aquel pez —¡seguidle!—
se lleva, danzando,
la estrella polar.

El mundo es una slot-machine,
con una ranura en la frente del cielo,
sobre la cabecera del mar.
(Se ha parado la máquina,
se ha acabado la cuerda.)
El mundo es algo que funciona
como el piano mecánico de un bar.
(Se ha acabado la cuerda,
se ha parado la máquina…)
Marinero,
tú tienes una estrella en el bolsillo…
¡Drop a star!
Enciende con tu mano la nueva música del mundo,
la canción marinera del mañana,
el himno venidero de los hombres…
¡Drop a star!
Echa a andar otra vez este barco varado, marinero.
Tú tienes una estrella en el bolsillo….
una estrella nueva de palacio, de fósforo y de imán.


Vivo sin vivir en mí

Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada. España, 1515.
(Teresa de Ávila o Teresa de Jesús como religiosa,
santa Teresa para la Iglesia desde 1622.)

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.


Volved

Rosalia de Castro. España, 1837

            I

Bien sabe Dios que siempre me arrancan tristes lágrimas
aquellos que nos dejan,
pero aún más me lastiman y me llenan de luto
los que a volver se niegan.
¡Partid, y Dios os guíe!…, pobres desheredados,
para quienes no hay sitio en la hostigada tierra;
partid llenos de aliento en pos de otro horizonte,
pero… volved más tarde al viejo hogar que os llama.

Jamás del extranjero el pobre cuerpo inerte,
como en la propia tierra en la ajena descansa.

            II

Volved, que os aseguro
que al pie de cada arroyo y cada fuente
de linfa trasparente
donde se reflejó vuestro semblante,
y en cada viejo muro
que os prestó sombra cuando niños erais
y jugabais inquietos,
y que escuchó más tarde los secretos
del que ya adolescente
o mozo enamorado,
en el soto, en el monte y en el prado,
dondequiera que un día
os guió el pie ligero…,
yo os lo digo y os juro
que hay genios misteriosos
que os llaman tan sentidos y amorosos
y con tan hondo y dolorido acento,
que hacen más triste el suspirar del viento
cuando en las noches del invierno duro
de vuestro hogar, que entristeció el ausente,
discurren por los ámbitos medrosos,
y en las eras sollozan silenciosos,
y van del monte al río
llenos de luto y siempre murmurando:
«¡Partieron…! ¿Hasta cuándo?
¡Qué soledad! ¿No volverán, Dios mío?»
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tornó la golondrina al viejo nido,
y al ver los muros y el hogar desierto,
preguntóle a la brisa: —¿Es que se han muerto?
Y ella en silencio respondió: —¡Se han ido
como el barco perdido
que para siempre ha abandonado el puerto!

.


Multiplicidad

Gioconda Belli. Nicaragua, 1948.

En algún lugar de mi imaginación
soy una mujer bella,
una pantera, una leona,
me suelto el pelo
y saltan de las ramas los pájaros asustados
abro mi pecho
camino por los bosques espesos
y los caballos y las hienas
se apartan a mi paso.
Soy una maga
pongo a quemar troncos
y sus resinas aromáticas
hacen surgir fantasmas;
me rodean los sueños
las brujas antiguas
y mi poder es innombrable
e inmenso.

En otro lugar de mi imaginación
soy la más pequeña de las hijas del tendero
mustia, callada, prescindible
una mujer a la que nadie mira
y nadie nombra.
No hay
en millas a la redonda
ningún hombre que me desee
soy la dócil hija de mis padres
una suave presencia deslucida
y casi invisible.

¿Dónde está
en medio de esas quimeras
la que es?
No el espejismo
de esta o aquella
sino la mujer que soy
la que desea y arde
y apaga y quema
la que escribe
calladamente a medianoche
la que llora sobre las páginas
la poeta
que doma las palabras
sin saber por qué
la que escala
hasta mi boca
y dice la verdad
la que vive
y se pasea por los días
siendo
simplemente
la mujer
que es.

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