Selección poetas consagrados 2021.05.29

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Serenata para la tierra de uno

Maria Elena Walsh. Argentina, 1930.

Porque me duele si me quedo
Pero me muero si me voy
Por todo y a pesar de todo, mi amor
Yo quiero vivir en vos
Por tu decencia de vidala
Y por tu escándalo de sol
Por tu verano con jazmines, mi amor
Yo quiero vivir en vos
Porque el idioma de infancia
Es un secreto entre los dos
Porque le diste reparo
Al desarraigo de mi corazón
Por tus antiguas rebeldías
Y por la edad de tu dolor
Por tu esperanza interminable, mi amor
Yo quiero vivir en vos
Para sembrarte de guitarra
Para cuidarte en cada flor
Y odiar a los que te castigan, mi amor
Yo quiero vivir en vos
Porque el idioma de infancia
Es un secreto entre los dos
Porque le diste reparo
Al desarraigo de mi corazón
Porque me duele si me quedo
Pero me muero si me voy
Por todo y a pesar de todo, mi amor
Yo quiero vivir en vos.


En las orillas del sar

Rosalia de Castro. España, 1937.

Sedientas las arenas en la playa
sienten el sol de los besos abrasados,
Y no lejos las ondas siempre frescas,
Ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas de mi suerte imagen:
No sé lo que me pasa al contemplaros,
Pues como yo sufrís, secas y mudas,
El suplicio sin término de Tántalo.

Pero ¿quién sabe?…acaso luzca un día,
En que salvando misteriosos límites,
Avance el mar y hasta vosotras llegue,
A apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también, si tras tantos
Siglos de ansias y anhelos imposibles,
saciará al fin su sed el alma ardiente
donde beben su amor los serafines!


Asilo para el alma

Roberto Gómez Bolaños. México, 1929.

Yo que iba tan tranquilo acercándome al final 
de mi vida terrenal,
de pronto dudo y vacilo…
¿Es verdad que no hay asilo para el alma?
¿Que morir es dejar de existir?
¿Qué la fugaz existencia
no tiene la trascendencia
que me dejaron intuir? 
¡No, eso no, por favor!
Yo con mi libre albedrío,
Me atrevo a decir ¡Dios mío!
Que debe haber un error.
Y perdóname Señor si con esto te incomodo,
Sin embargo, de algún modo
te lo tengo que decir: 
¡No me vayas a salir con que aquí se acaba todo!.


Situación personal

Hamlet Quintana Lima. Argentina 1923.

Mi corazón se empecina en ver las cosas
la mitad con misterio y maravilla
y la otra mitad con sangre desvalida.
Un ala vuela así sobre la tierra,
alimenta la sal de la milagrería
mientras la otra se desangra herida.

Poseo un pantalón con varias manchas
y una camisa que he usado mucho,
una campera, los zapatos viejos,
algún par de alpargatas,
unos cuadros pintados por Roberto,
Manuel, Carlos, Cristóbal o el Gordo Mattalía,
unos libros que amo y que releo
en las noches que viajo adentro.
Y poseo también una manera muy tozuda
de escribir algún verso cotidiano,
pensar que he fracasado algunas veces
o a lo sumo he salido mano a mano.
Si establezco el balance, lo confieso,
me quedo muy perplejo, no sé si avanzo,
retrocedo o estoy con los picaflores
suspendido en un punto en el espacio.
Tampoco sé por qué razón de vida
me duermo preocupado, con angustias,
recuerdos, fechas, rostros, actitudes,
llagas, traiciones, tal vez caricias
y al otro día, como siempre,
me vuelvo a despertar sonriendo.
En otro orden de cosas siento mucho
no poder inventar la flor exacta
que nos haga llegar a la alegría,
matar el hambre, alumbrar los caminos.
Pero al final de cuentas puedo decir
que amo lo que hay que amar,
transito mis heridas, tengo mis dudas,
canto al amanecer de cada día
y estoy en paz, profundamente en paz
con mis fantasmas.


Parábola de Buda sobre la casa en llamas

Bertolt Brecht. Alemania, 1898.
 

Gautama, el Buda, enseñaba la doctrina de la Rueda de los Deseos,
a la que estamos sujetos, y nos aconsejaba
liberarnos de todos los deseos para así,
ya sin pasiones, hundirnos en la Nada, a la que llamaba Nirvana.
Un día sus discípulos le preguntaron:
«¿Cómo es esa Nada, Maestro? Todos quisiéramos
liberarnos de nuestros apetitos, según aconsejas, pero explícanos
si esa Nada en la que entraremos
es algo semejante a esa fusión con todo lo creado
que se siente cuando, al mediodía, yace el cuerpo en el agua,
casi sin pensamientos, indolentemente; o si es como cuando,
apenas ya sin conciencia para cubrirnos con la manta,
nos hundimos de pronto en el sueño; dinos, pues, si se trata
de una Nada buena y alegre o si esa Nada tuya
no es sino una Nada fría, vacía, sin sentido.»
Buda calló largo rato. Luego dijo con indiferencia:
«Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta.»
Pero a la noche, cuando se hubieron ido,
Buda, sentado todavía bajo el árbol del pan, a los que no le
habían preguntado
les narró la siguiente parábola:
«No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo
era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que salieran rápidamente.
Pero aquella gente no parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía,
si no hacía viento, si existía otra casa,
y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé,
tiene que arder antes que acabe con sus preguntas.
Verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de
desear gustosamente
cambiarse de sitio, nada tengo que decirle.» 
Así hablaba Gautama, el Buda.
Pero también nosotros, que ya no cultivamos el arte de la paciencia
sino, más bien, el arte de la impaciencia;
nosotros, que con consejos de carácter bien terreno
incitamos al hombre a sacudirse sus tormentos; nosotros
pensamos, asimismo, que a quienes,
viendo acercarse ya las escuadrillas de bombarderos del capitalismo,
aún siguen preguntando cómo solucionaremos tal o cual cosa
y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros
después de una revolución,
a ésos poco tenemos que decirles.


Baile

Gioconda Belli. Nicaragua, 1948.

Bailo sin viento
no como las hojas en la tormenta
agitadas por el ventarrón.
Mi baile tiene su propia tormenta.
El fragor de cuanto he resistido
agita los dedos de mis pies.
El ritmo de aguas contenidas
ruge en el gesto de mis brazos
-quizás preguntando
interrogando a la nada-.
Tambores precipitados de mi corazón
balbucean el miedo al final
cuando la música se detenga
y la tan aclamada paz del silencio
el musgo viejo de los cementerios
me deje inmóvil en la impotencia de una estéril eternidad.
Pero la cintura no quiere conocer límites ni frenos
y la sensación de mi vagina como túnel penetrado de mundo
me hincha el vientre.
La vida que no quiero abandonar jamás
me empuja como niña al juego
al riesgo de accidentados senderos.
Cuando bailo soy feliz.
Nada se parece menos a la muerte que la música.

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